Don José era arriero de oficio. Tenia como obligación conducir el correo de Tierra Colorada a Iguala, lo que hacia en varias jornadas hasta entregarlo a los empleados del FerrocarrilMexico-Balsas, quienes trasladaban la carga a Mexico y otros lugares a las que iba destinada.
En uno de sus tantos viajes a don José se le hizo noche, pasando por el predio de Tepango, cercano a Chilpancingo, cuando eran algo asi como las veintres horas. Era noche de luna, hermosa noche. Al llegar a ese sitio entonces cubierto por frondosos de arboles de amate, escucho las cuerdas de una guitarra para luego descubrir al hombre que la pulsaba, quien entonaba una triste canción.
El desconocido al verlo dejo de tocar bajando del tecorral en donde estaba sentado, ofreciéndole un buen trago de mezcal que don José acepto gustoso. Después de un corto cambio de impresiones el cancionero identificado como Rafael Hurtado de Mendoza, le solicito fuera portador de un encargo destinado a la señorita Ana María Alarcón y Leyva, vecina de Chilpancingo, ya que el tenia otras cosas urgentes por hacer.
Por espacio de una hora platicaron despidiéndose con un fuerte apretón de manos, depositando Rafael algunas monedas de oro en una cajita, la que entrego para hacerla llegar a una casa ubicada en la llamada calle de las Flores. Después de cruzar las últimas palabras don José continuo su viaje, en tanto el trovador siguió sacándole a la guitarra muy tristes notas.
Habiendo arribado a la ciudad poco después de la medianoche de un día del mes de noviembre de 1899, el encargo no pudo entregarlo el mismo momento, pues le pareció inoportuno ir a deshoras a molestar a la familia, reservándose para hacerlo en las primeras de la mañana. La casa que habitaba la familia Alarcón y Leyva era espaciosa, toda de teja con un amplio jardín lleno de las más exquisitas flores; enormes buganbilias dejaban caer sobre un blanco muro sus hermosos colores. La entrada era un portón de buena fabrica con macizas aldabas, ofreciéndole estas una seguridad absoluta.
Con mano firme don José toco apareciendo una mujer no menor de 80 años, quien le pregunto que deseaba. Sacando la cajita de un morral inquirió por la señorita Ana María, contestándole la anciana que pasara al interior, tomara asiento en una silla del corredor, porque en cuestión de segundos lo recibiría. No habían pasado ni dos minutos cuando con paso lento una longeva dama hizo su aparición; su cara era dulce, desprendiéndose de sus labios una amable sonrisa.
El cabello todo blanco quedaba rematado en un chongo bien arreglado y en lo alto una peineta de carey; el vestido de seda azul cielo le hacía lucir majestuosa, portando en ambas manos anillos con piedras finas; en los brazos llevaba varias pulseras de oro en excelente acabado. Unos pendientes de filigrana rematados con perlas complementaban su arreglo personal.
Don José se levanto pausadamente de su asiento para estrechar la mano que le tendían. Después de contestar el saludo pregunto en voz baja ¿es usted la señorita Ana María Alarcón y Leyva?, contestándole la interrogada que así era. Entonces le entrego la cajita.
La vieja aristócrata al abrirla palideció; tal parecía que iba a desmayarse, porque tuvo que agarrarse fuertemente de una silla para no caer al suelo. De su boca salió un grito entre sorpresa y terror, provocando que la cajita se le soltara de las manos cayendo ruidosamente al piso, abriéndose. Del interior salieron bailoteando algunas monedas de oro, que no sin cierta dificultad la anciana ama de llaves recogió. Ella sintió el mismo estremecimiento de su patrona, pero pudo controlarse de momento porque luego el llanto la hizo su presa.
El arriero quedo desconcertado; no sabía qué actitud tomar, salir huyendo o auxiliar a las dos ancianas. De pronto la mucama recobrada de la sorpresa pero aun sollozante, dirigiéndose al mandadero exclamo, es la misma caja con las monedas que Mariquita entrego a Rafael un día antes de que lo mataran allá por el rumbo de Tepango. Se las dio en prueba de amor, con la promesa de devolvérselas cuando se casaran convertidas en brazaletes, anillos y pendientes, pero jamás se realizo su sueño de unirse en matrimonio, porque él fue muerto cuando se disponía visitar al orfebre para que lo trabajara. A Rafael lo mataron hace precisamente hoy 65 años.
Un sudor frio recorrió el cuerpo del hombre, quedando demudado. Quiso echarse a correr pero sus piernas no le respondieron; pretendió hablar pero de su garganta no pudo salir ningún sonido, terminando por desmayarse. ¿Cuantas horas pasaron hasta que recupero el conocimiento?, ¿Cómo llego a su hogar?. Fue un misterio. El caso es que don José, víctima de terrible fiebre estuvo luchando entre la vida y la muerte durante tres días, al cabo de los cuales recupero la salud a medidas, ya que por algunas tardes volvía a aparecer el mal y lo echaba nuevamente en la cama.
Al cabo de varios meses una vez recobraba la razón y la salud de manera cabal, le conto a su esposa dona Felicitas Urbano todo lo que le había sucedido. Ella se concreto a escuchar el relato sin decir una sola palabra.
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