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A comienzos del siglo XX, un cártel conformado principalmente por holandeses e ingleses se había apropiado de casi toda la producción de caucho en el mundo. En aquella época, la única fuente de caucho era el árbol Hevea brasiliensis, nativo de la cuenca hidrográfica del río Amazonas y cuya savia es un látex natural. En la década de 1870 una horda de contrabandistas emprendedores extrajo de la selva tropical del Amazonas un alijo de semillas de árboles de caucho silvestre, mismas que utilizarían para expandir las plantaciones en Asia Oriental. Sofocaron las exportaciones de Brasil, y eventualmente los dueños se quedaron con el inmenso negocio del caucho en todo el mundo.
Fábrica en Fordlandia, 2015.
50 años después, a finales de la década de 1920, Henry Ford de dispuso a ponerle un alto a este monopolio del caucho. Y es que los cientos de miles de automóviles que estaba produciendo necesitarían millones de neumáticos, cuya producción tenía un costo exagerado cuando se obtenía la materia prima de los varones del caucho establecidos. Para lograr su cometido, estableció Fordlandia, una compañía americana que decidió llevar sus operaciones a la selva tropical del Amazonas con un solo objetivo: crear la plantación de caucho más grande en el mundo. Aunque fue un proyecto por demás ambicioso, en última instancia, fue un fantástico fracaso.
En 1929, Ford contrató a un sujeto oriundo de Brasil apellidado Villares para que investigara el lugar adecuado donde se instalaría esta empresa gigante. Brasil parecía la opción más lógica si se tomaba en cuenta que los árboles que se buscaban eran nativos de este lugar, además que la cosecha de caucho podría ser enviada a las fábricas de neumáticos en los Estados Unidos vía terrestre en lugar de la vía marítima. Aconsejado por Villares, Ford compró nada menos de 25,000 km2 de terreno en la cuenca del Amazonas, y casi de inmediato empezó el desarrollo. Una barcaza impulsada por vapor llegó hasta el lugar con maquinaria para mover la tierra, un martinete, extractores de tocones, tractores, una locomotora, máquinas para fabricar hielo y construcciones prefabricadas. Los trabajadores empezaron a levantar una planta de procesamiento de caucho apenas el área circundante quedó libre de vegetación.
Decenas de empleados de la Ford fueron enviados a este lugar, y en los meses siguientes surgió una comunidad de estadounidenses en lo que antes era un trozo de selva tropical. Construyeron una planta de energía, un hospital moderno, una biblioteca, un campo de golf, un hotel y filas de casas de madera blancas con muebles de mimbre en el patio. A medida que la población en la ciudad crecía, también lo hacían todo tipo de negocios: tiendas, sastres, panaderías, carnicerías, restaurantes y hasta zapateros. Aquello se convirtió en una prospera ciudad donde era común ver circular Fords modelo T por las calles perfectamente pavimentadas.
Avenida Riverside, Fordlandia.
Más allá de la zona residencial, largas filas de árboles jóvenes plantados pronto dominaron el paisaje. Ford había decidido no emplear a ningún botánico para el desarrollo de los campos de caucho en Fordlandia, en lugar de ello puso su confianza en los ingenieros de la empresa. Dado que carecían de conocimientos previos sobre árboles de caucho, los ingenieros hicieron sus mejores conjeturas y determinaron plantar en torno a ochenta árboles por hectárea, pese a que en la selva amazónica solo podía encontrarse un máximo tres de estos árboles por hectárea. Las plantaciones que se habían hecho en Asia Oriental estaban repletas de árboles florecientes, por lo que parecía razonable suponer que la tierra nativa de la especie sería lo suficientemente buena.
El Estados Unidos en miniatura que Henry Ford había levantado en la selva, atrajo a una enorme cantidad de trabajadores. A los trabajadores locales les ofrecieron un sueldo de 37 centavos de dólar al día por trabajar en las plantaciones de Fordlandia, casi el doble de la cantidad que se pagaba generalmente por ese trabajo. Pero el intento de Ford por inyectarles un poco de los Estados Unidos – algo que llamó “el estilo de vida saludable”– no se limitó a las construcciones, sino que se extendió a un obligatorio estilo de vida “americano”, el cual incluía los valores propios de la cultura. Los comedores en la plantación eran de autoservicio, algo totalmente nuevo para los locales, y generalmente solo servían comida estadounidenses como hamburguesas. A los trabajadores se les asignaron viviendas con todo el estilo estadounidense, y se les dio un número que debían portar en una insignia al costado – con un costo que se descontaba de su primer pago. También se requirió a los trabajadores brasileños que asistieran a las inmaculadas festividades del fin de semana, entre las que podían suceder lecturas de poesía, bailes y canto de coro en inglés.
Planta de energía en Fordlandia, 1935.
Una de las diferencias culturales más notables fue la mini prohibición de Henry Ford. El alcohol quedó estrictamente prohibido en Fordlandia, incluso dentro de los hogares de los trabajadores, so pena de un despido inmediato. Esto condujo a algunos industriales de la localidad a establecer negocios de mala reputación en las fronteras de la ciudad, permitiendo que los trabajadores intercambiaran su jugosa remuneración por algo de alcohol y mujeres.
Si bien la comunidad hacia frente mes con mes a una fuerza de trabajo descontenta, por otro lado se enfrentaban a una crisis de caucho. Los pequeños árboles habían dejado de crecer. El suelo montañoso había drenado toda la capa fértil, dejando un suelo árido y rocoso. Aquellos árboles que habían resistido la adolescencia fueron atacados por una plaga que los dejó sin hojas y raquíticos, totalmente inútiles. Los administradores de Ford combatieron con heroísmo al hongo, pero carecían de los imprescindibles conocimientos de horticultura, y sus esfuerzos resultaron en vano.
El descontento entre los obreros creció a medida que llegaron los meses improductivos. Los trabajadores brasileños – acostumbrados a trabajar antes del alba y después del atardecer para evitar el sofocante calor del día – se vieron obligados a adaptarse a turnos de nueve a cinco horas bajo el impiadoso sol del Amazonas, bajo una filosofía de producción en cadena muy propia de Ford. Como si las cosas no estuvieran ya muy mal, la malaria se convirtió en un serio problema debido a la tendencia de los terrenos montañosos de encharcar el agua, que se convertía en un caldo de cultivo ideal para los mosquitos.
En el mes de diciembre de 1930, tras haber soportado un duro año de trabajo y un “estilo de vida saludable”, la agitación alcanzó niveles imposibles de frenar entre los trabajadores de la cafetería. Tras haber sufrido episodios de indigestión y diarrea, un brasileño se puso de pie y gritó que no permitiría más esas condiciones. Un coro de voces lo secundó, y aquellas voces rápidamente se convirtieron en una trifulca de donde salían vasos y platos a toda velocidad. Los administradores estadounidenses de Fordlandia huyeron a toda prisa hacía sus casas o al bosque, algunos de ellos incluso fueron perseguidos por trabajadores armados con machetes. Un grupo de administradores se precipitó a los muelles y subió a los barcos, que fueron llevados al centro del río lejos del alcance de los disturbios.
Reloj destruido en los disturbios. Diciembre de 1930.
Para el momento en que los militares brasileños llegaron al lugar, tres días después, los manifestantes habían aplacado casi toda su ira. Las ventanas fueron rotas, los camiones volteados, pero Fordlandia sobrevivió. Los trabajos se reanudaron en breve, pese a que la situación con el caucho no había mejorado. Un periodista británico del Rubber Journal visitó el lugar en 1931 y escribió: “en una extensa historia de la agricultura tropical, jamás se ha introducido un esquema de una forma tan lujosa, y con tan pocos resultados de dinero. El esquema del Sr. Ford está condenado al fracaso”.
Los meses venideros ofrecieron poca evidencia para ir contra la sombría profecía del periodista. En 1933, después de tres años y con ninguna cantidad de caucho que justificara la inversión, Henry Ford finalmente llamó a un botánico para que evaluara el problema. El botánico intentó levantar algunos árboles de caucho fértiles de aquel suelo lamentable, pero finalmente se vio obligado a concluir que la tierra simplemente era inadecuada para la tarea. Desafortunadamente, nadie puso atención al hecho de que el anterior dueño de la tierra era un sujeto llamado Villares – el mismo que Ford contrató para que eligiera el lugar de la plantación. A Henry Ford le habían vendido un pedazo de tierra inservible, y Fordlandia fue un fracaso en su máxima expresión.
Plaza en Fordlandia, 2014.
Como Ford no era un hombre que se rendía ante los problemas, compró otro terreno 80 kilómetros más abajo, y aquí estableció la ciudad de Belterra. Era una zona más plana y con menos humedad, un ambiente mucho más propicio para los delicados árboles del caucho. Además importó injertos de plantaciones de Asia Oriental, donde los árboles habían sido seleccionados por su resistencia tizón de las hojas. Totalmente desde cero, esta nueva empresa se mostró más prometedora que su predecesora, pero con progresos lentos. A lo largo de una década los trabajadores de Ford se dedicaron a transformar la tierra en caucho, llegando a una producción máxima de 750 toneladas en 1942 – muy por debajo de las 38 mil toneladas que se produjeron ese año. Como haya sido, la perseverancia de Henry Ford podría haber rendido sus frutos con el paso del tiempo, pero los científicos crearon el caucho sintético justo cuando Belterra se estaba estableciendo. En 1945, Ford se retiró del comercio de caucho, con pérdidas que superaban los US$ 20 millones en Brasil sin ni siquiera haber puesto un pie allí. Un comunicado de prensa de la compañía anunció el cese de operaciones en Belterra con un epitafio bastante simple: “nuestra experiencia en la guerra nos ha enseñado que el caucho sintético es superior al caucho natural en algunos de nuestros productos”. La Ford Motor Company vendió la tierra al gobierno brasileño por US$ 250,000 – una suma meramente simbólica.
Parte de la plantación en Belterra, 1953.
Las sólidas estructuras que se edificaron en Fordlandia y en Belterra se fueron quedando abandonadas a medida que los pueblos en torno a ellas fueron desapareciendo. Los equipos de trabajadores brasileños se encargaron de mantener las áreas para conservar los edificios, pero su remota ubicación impidió que el gobierno del país tomara ventaja de las modernas instalaciones. Hasta hace unos años los recursos se habían quedado allí, abandonados y sin explotar, actualmente son vendidos como destinos para turistas interesados en conocer estos lugares remotos. En Belterra un edificio en donde alguna vez se coaguló el caucho, se rehabilitó para la producción de guantes quirúrgicos y preservativos, pero fue un emprendimiento de corta duración. Gran parte de la tierra de la plantación ahora está destinada a la agricultura local, donde se siembran cultivos como el frijol, maíz y arroz. Muchos de los residentes actuales son ocupantes ilegales.
Henry Ford perdió el equivalente a US$ 280 millones actuales. Claramente no fue capaz de abrirse camino entre la mafia del caucho, y sus intentos por instaurar el “estilo de vida saludable” americano fueron recibidos con resentimiento y hostilidad… pero la historia a menudo nos demuestra que la riqueza obscena le da a uno el privilegio – y quizá la obligación– de cometer errores extraños y sorprendentes a gran escala. Si lo vemos desde esa perspectiva, Fordlandia no pudo haber sido algo mejor.
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