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Con nada más que tres años de edad, las gemelas Gibbons se embarcaron en un comportamiento donde rechazaban la comunicación y la socialización con otros seres humanos, hasta el punto de desarrollar un lenguaje particular que resultaba incomprensible hasta para sus progenitores. Unidas en un mundo extraño y lleno de secretos, las pequeñas crecieron víctimas de acoso escolar, lo que contribuyó aún más a su retraimiento. Solo sus diarios y escritos literarios perturbadores servían de conexión entre la mente de las pequeñas y la realidad.
Durante su adolescencia, las gemelas Gibbons explotaron su frustración mediante una serie de actos que iban desde el vandalismo hasta los incendios premeditados, y que finalmente las llevaron a la prisión. La prensa les dio el mote de “las gemelas silenciosas” por su particular forma de comunicarse.
Condenadas y confinadas a un manicomio, su vida dio un giro de 180° cuando una murió en circunstancias muy extrañas, un hecho que liberó a la otra de su prisión y aislamiento. Se trata de una historia apasionante e insólita reseñada por la reconocida periodista Marjorie Wallace en el libro The Silent Twins, y que nosotros de contamos a continuación.
Las gemelas silenciosas.
Jennifer y June Gibbons llegaron al mundo un día 11 de abril de 1963 en la isla de Barbados, un país insular del continente americano situado entre el Caribe y el Atlántico. Su padre, técnico de la Real Fuerza Aérea Británica, fue enviado a Gales después del nacimiento de las pequeñas. La familia se convirtió en una especie de novedad exótica en el pequeño poblado de Haverfordwest, en el condado de Pembrokeshire, donde jamás había vivido una persona negra.
Quizá por su relación tan cercana, las gemelas tardaron más de lo normal en hablar, jugando siempre entre ellas. Con tres años de edad apenas y podían construir oraciones cortas y rara vez hablaban con los adultos, pero sus padres no se preocuparon pues parecían tener salud y se les veía felices. Cuando las gemelas ingresaron a la escuela a los cinco años, las calificaron como niñas tímidas y un poco excéntricas.
Tenían una relación que parecía impenetrable. Se empeñaban en mostrar movimientos sincronizados, y su lenguaje adquirió una velocidad y fluidez tan avasallante que dejó de ser comprensible para las personas. La única que lograba entrar en el mundo de estas gemelas era su hermana menor, Rose.
La terapeuta del colegio, Cathy Arthur, se mostró fascinada por el comportamiento. Y se convenció de que la imitación entre ellas llegaba al extremo. “Si una caía la otra se tiraba al suelo. Si una no hablaba, la otra también se quedaba callada”.
Pese a esto, de forma muy breve y puntual, las gemelas se comunicaban con otros niños y sus compañeros las aceptaban y las querían con todo y su extravagancia. Pero todo cambió cuando las niñas tuvieron que ser transferidas a otra escuela a los nueve años. A su padre lo enviaron a Braunton, un pequeño poblado en Devon, Inglaterra. Allí sus nuevos compañeros de escuela encontraron que el comportamiento de las pequeñas era algo aterrador y empezaron a burlarse de ellas con verdadera saña.
El centro de todas las burlas.
Eran las únicas niñas de raza negra en la escuela, no hablaban con los demás, vivían limitadas de forma permanente y solo se entendían entre ellas. Había razones suficientes para que las gemelas fueran avergonzadas, maltratadas e intimidadas de forma constante. El asedio por parte de los demás alumnos llegó al punto en que la directora ordenó que las gemelas salieran un poco antes del final de la clase para evitar que coincidieran con los demás niños en la salida. Esta hostilidad resultó esencial para que se aislaran aún más en su pequeño mundo.
A los 14 años, los terapeutas recomendaron a los padres separarlas enviándolas a diferentes escuelas en un intento por obligarlas a socializar, pero cada vez que se apartaba una de la otra, entraban en estado catatónico en el que permanecían inmóviles durante horas.
Fue entonces cuando June intentó quitarse la vida y las pequeñas recibieron educación particular en su hogar, encontrando cierto consuelo en la lectura y, sobre todo, en la escritura. Desarrollaron una serie de rituales propios en los que se ponían de acuerdo sobre quién despertaría primero por la mañana y cuál sería la primera en respirar mientras la otra debía esperar aguantando el aire.
Jugaban con muñecas durante horas e inventaban historias de teatro que después representaban. Inspiradas por una novela que su madre les había dado, las niñas empezaron es redactar sus propios diarios. Fue así que una ventana a su mundo interno se abrió y lo que se pudo ver resultaba bastante inquietante.
“Nadie sufre como yo, no con una hermana”, escribió June en su diario. “Con un esposo, sí. Con una esposa, sí. Con un hijo, sí. Pero está mi hermana como una sombra negra que me roba la luz del sol, es mi único tormento”.
Por su parte, Jennifer escribía sobre sus inquietudes.
“Ella quiere que seamos iguales. Hay cierto brillo asesino en sus ojos. Querido Dios, le tengo miedo. No es normal… alguien está haciendo que mi hermana se vuelva loca. Soy yo”.
Literatura violenta.
Ilusionados por su interés literario, en el año de 1979 los padres de las gemelas las inscribieron a un curso de escritura creativa. Allí nacieron sus primeras novelas. Todas las historias tenían lugar en Malibú, California, un lugar que en la mente de las pequeñas se dibujaba como exótico y romántico. Sin embargo, sus historias hablaban sobre jóvenes, sexo, violencia y comportamiento criminal.
En libro de June, “Adicto a Pepsi-Cola”, el chico más popular de la clase es sodomizado por un profesor y después remitido a un reformatorio donde termina siendo objeto de abusos sexuales por parte de un guardia. En la obra de Jennifer “La boxeadora”, un médico salva la vida de su hijo matando al perro de la familia y trasplantando su corazón. Aunque el joven se salva, el espíritu del animal vive en él y emprende una sangrienta venganza. “Discomania” es otra obra de Jennifer, aquí una mujer joven descubre que el ambiente de una discoteca local provoca a los clientes para que cometan actos violentos.
Aunque intentaron que les publicaran las obras, nunca lo lograron pues el contenido, aunque con ciertos rasgos muy típicos de Hitchcock, era tan brutal que el mismísimo Tarantino se pondría rojo de la vergüenza. Así, el siguiente paso fue convertir sus historias en realidad llevándolas ellas mismas a la práctica.
Entonces inició una ola de robos, ataques e incendios. Pero lo más inquietante es que empezaron a intentar matarse una a la otra. Pero siempre se perdonaban y seguían siendo las mismas hermanas inseparables. Con 18 años de edad y después de intentar incendiar un bar, fueron capturadas y condenadas a 14 años de internamiento en un centro psiquiátrico de alta seguridad.
Al borde de la demencia.
Prisioneras al lado de criminales dementes violentos, violadores, psicópatas y bajo la influencia de medicamentos y sedantes, las gemelas abandonaron la literatura. Pero siguieron llevando un diario donde registraron su decadencia psicológica.
“Nos convertimos en enemigas mortales”, afirmaba Jennifer en su diario. “Percibimos incómodos rayos mortales emitidos por nuestros cuerpos, golpeando la piel de los otros. Me pregunto si puedo deshacerme de mi propia sombra, si es posible o imposible. ¿Sin mi sombra, moriré? ¿Sin mi sombra, tendré una vida? ¿Seré libre o me dejarán morir? Sin mi sombra, me identifico con el rostro de la miseria, el engaño y el asesinato”.
Poco a poco desarrollaron un gran rechazo entre sí, convenciéndose de que ninguna podría ser normal y feliz mientras la otra viviera. Si estaban separadas, sentían la falta en silencio y en estado catatónico, pero si se veían, empezaban a atacarse violentamente intentando matarse.
Durante esos años empezaron a entablar conversaciones con otros pacientes y enfermeros, así como con la periodista Marjorie Wallace, que se encargó de escribir toda su historia. Su relación seguía sin llegar a una solución, aunque durante las terapias llegaban a hablar con cierta tranquilidad. De forma repentina, Jennifer, la hermana 10 minutos más pequeña, le confesó lo siguiente a Marjorie;
“Marjorie, Marjorie, tendré que morir”, y cuándo la periodista le preguntó por qué, se limitó a decirle: “Por qué así lo acordamos”.
En confesiones posteriores se supo que hacía tiempo que las gemelas habían llegado a un acuerdo en el cual una de ellas moriría y la otra empezaría a hablar y a llevar una vida normal. Se convencieron de que una tendría que sacrificarse, y Jennifer fue la elegida.
Sola y libre.
Después de una serie de pruebas positivas, las gemelas fueron trasladas a un hospital de mínima seguridad en marzo de 1993. Ambas entraron riendo a la ambulancia, pero cuando llegaron a destino, Jennifer había muerto.
La autopsia reveló que no hubo ningún tipo de violencia, ni lesiones o envenenamiento. La muerte tuvo lugar debido a una miocarditis aguda. June declaró que Jennifer tumbó la cabeza sobre su hombro, respiró y le dijo:
“Por fin estamos libres”. Esas serían sus últimas palabras.
Algunos días después, durante la visita de Marjorie Wallace, la gemela restante le dijo:
“Por fin soy libre. Al final Jennifer dio su vida por mí”.
Jennifer fue sepultada y June cumplió su promesa de vivir como una persona normal. Hoy habla con todo mundo, se relaciona con la comunidad y, en el año 2000, no le diagnosticaron enfermedad psiquiátrica alguna. La muerte de Jennifer sigue siendo un misterio, y en su lapida es posible leer un poema escrito por su hermana.
“Una vez fuimos dos,
las dos éramos una.
Ya no somos dos,
si no una a través de la vida.
Descanse en paz.”
Fuentes: The Guardian, Independent
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