Esa persona con la que tuviste una relación y que aún insiste en darte regalos, llamarte en los momentos más inoportunos, bombardearte con mensajes en WhatsApp y vigilar cada detalle de tu vida a través de las redes sociales (lo que definitivamente te llevó a bloquearlo de cualquier contacto posible), podría estar enferma.
Aquellos que tuvieron la oportunidad de ver “Atracción fatal”, un clásico cinematográfico de la década de 1980, conocen la historia de un hombre casado que se involucra con una ejecutiva con quien mantiene un tórrido romance. La pasión inicial de la aventura desaparece, él la rechaza y la mujer empieza a perseguirlo, así como a su esposa e hija. La ejecutiva en cuestión sufría de un raro comportamiento patológico llamado “Stalking” – del verbo inglés “to stalk”, cuyo significado literal es “acechar”, como lo haría un depredador con su presa.
En italiano este disturbio es llamado “Sindrome del Molestatore Assillante”, por lo que la traducción más aproximada al español sería “Síndrome del abusador persistente”. Ha sido objeto de diversos debates, en los que se han involucrado psiquiatras, psicólogos y abogados. Hasta ahora las causas de este deseo por perseguir aún no están del todo claras, pero existen algunos estudios que apuntan a una incapacidad de sobrellevar las pérdidas que proviene desde la infancia. “El enfermo es capaz de idear estrategias repetitivas e indeseables solamente para mantener el contacto: sus acciones son tan exageradas (incontables mensajes y llamadas, por ejemplo) que provocan en la víctima temor y angustia”, afirma J. Reid Meloy, psicólogo especializado en medicina legal y profesor de psiquiatría en la Universidad de California.
El acechador busca la atención de formas complejas, y en realidad poco le importa si sus acciones llegan a ser molestas o ilícitas. Algunas veces el acecho empieza con ciertos cumplidos como enviar obsequios, cartas, poemas, flores. Pero según Meloy, el límite entre lo que es oportuno y lo que no, deseable o no, se establece precisamente por la aceptación de la víctima. Es decir, mientras la víctima acepte los cumplidos, el stalker se muestra inofensivo, pero desde el momento en que inicia un rechazo – de una llamada, de un regalo o en las redes sociales – se desata un proceso para fabricar estrategias peligrosas e inoportunas.
Sobre el stalking, Meloy dice:
“Un comportamiento anómalo y extravagante provocado por varios disturbios psicológicos como el narcisismo patológico, pensamientos obsesivos, entre otros, alimentados por mecanismos inconscientes como la ira, agresividad, soledad e inadaptación social, pudiendo clasificarse como patología de apego”.
En la década de 1990, en los Estados Unidos la figura del stalker fue criminalizada. Esto llevó a que varios países adoptaran medidas similares contra este tipo de conducta impropia, entre ellos Inglaterra y España. En México, el stalker entra en el marco del hostigamiento, que no se considera un crimen sino una falta administrativa, y el castigo sería una amonestación o una multa. En casos más graves, la situación quedaría configurada en los delitos procedentes como lesiones, daño en propiedad ajena, abuso sexual, hostigamiento sexual, etc. Pero hasta que sucedan, no antes.
Un seguimiento médico y psicológico es lo recomendable no solo para el acosador, sino también para sus víctimas. Después de una experiencia de acoso, las personas pueden presentar cuadros de depresión o estrés postraumático, lo que a la larga termina repercutiendo en su vida personal y profesional.
Se hace necesario mantenerse al tanto de las quejas de la víctima, pues cuando el motivo no es el odio, las acciones del stalker suelen confundirse con demostraciones de aprecio. Lo que nos indicará lo que realmente ocurre dependerá de la frecuencia e intensidad en las quejas de la persona que está siendo molestada.
Tipos de stalkers.
Circunstanciales: Son aquellos que pierden el horizonte debido a algún impacto emocional, combinado con fragilidad momentánea. Suelen cometer algunas locuras, pero después razonan, se llevan las manos a la cabeza y dicen: “¡Dios, que acabo de hacer!”.
Sociópata: Este se pasará la vida acechando a los pobres desgraciados que se cruzan en su camino. Lo único que varía es la intensidad de la persecución y los métodos empleados. Se trata del tipo más peligroso, pues cuando entran en modo off, prácticamente pasan a un estado de trance, no logran ser prácticos, pierden el raciocinio lógico y no les importa violar las reglas sociales.
Fijador: se obsesiona con una sola persona y hace de este individuo la razón de su existencia, pasando a vivir en función de imponerle su presencia. No le interesa un intercambio, colocar a otra víctima en lugar de su elegida, jamás la aceptará, su víctima es personal e intransferible.
El artículo Stalker: la enfermedad de persecución obsesiva fue publicado en Marcianos.
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