El año de 1955 fue particularmente extraño durante el mes de agosto para los residentes de una pequeña granja en las inmediaciones de las ciudades de Kelly y Hopkinsville, ambas situadas en el condado de Christian, Kentucky. Algunos locales aseguraron haber sido testigos de algo extraño, totalmente fuera de lo común e inexplicable. Estos acontecimientos resultaron tan traumáticos para los miembros de la familia Sutton, que su vida jamás volvió a ser igual.
Todo comenzó la noche del 21 de agosto. Desde las primeras horas después que el Sol se ocultó, pudo escucharse un sonido insistente parecido a una canción entonada en un idioma desconocido, podía escucharse con claridad que provenía del bosque que rodeaba a la propiedad. El sonido se extendió durante toda la madrugada y parte de la mañana siguiente, provocando que los habitantes de la granja empezaran a preocuparse. Durante el punto más álgido de aquella madrugada, también habían visto luces extrañas de color verde que brillaban por entre los árboles iluminando el cielo nocturno en la distancia.
Los Sutton habían mantenido en su posesión aquellas tierras desde hacía dos generaciones y jamás se habían enfrentado a tal cosa. En la misma casa vivían los patriarcas Henry y Beatrice Sutton, el hijo mayor Jerold (J.C.) y su esposa Abeline, sus hijos Agatha y Barry de 6 y 9 años respectivamente, además de su hermano Elmer. Un amigo de la familia, de nombre Billy Ray, pasaba algunos días con los Sutton en esa época. Todos se reunieron en el pórtico de la casa intentando comprender lo que estaba sucediendo. Las opiniones sobre lo que significaba aquel misterioso sonido eran variadas. Según Beatrice se trataba de algún animal, quizá jabalíes americanos. Sin embargo, J.C estaba convencido de que se trataba de alguna especie de canción. Notaron que los perros de la granja ladraban cuando el sonido se hacía más intenso y que los otros animales, caballos y vacas, se comportaban de forma inusual.
Después de toda una noche en vela, Elmer y Billy Ray decidieron llegar al fondo del problema. Tomaron sus escopetas y se adentraron en el bosque. Siguieron una brecha bosque adentro durante al menos media hora. El sonido había cesado en el instante que pusieron un pie en el bosque y un aterrador manto de silencio parecía haber cubierto aquel lugar. Relataron que todo estaba muy tranquilo, que ni siquiera se podía escuchar a los pájaros comunes de la zona. Cerca de un gran árbol, el par encontró un montículo de tierra removida de aproximadamente medio metro de altura. En la cima de este montículo descubrieron alas de pájaros, huesos de animales pequeños, hojas, rocas de colores y otros objetos curiosos. Según las palabras de Elmer Sutton, aquella estructura evocaba un pequeño altar primitivo, como los que los nativos hacían siglos antes. Pero los indios se habían ido de aquella región desde hacía bastante tiempo.
Inquietos por el descubrimiento, ambos decidieron regresar a la granja. Cuando volvían por la brecha que habían seguido, escucharon un silbido alto y el sonido de algo aproximándose por entre los arbustos. Los dos se detuvieron de inmediato y apuntaron las escopetas en dirección al sonido, aguardando durante unos segundos muy tensos. De repente, una silueta humanoide, de corta estatura y fisionomía grotesca, emergió de entre los arbustos de forma sigilosa. Aquella criatura pálida de enormes ojos y orejas aún más grandes se agachó a casi diez metros de los hombres y soltó un rugido largo y fuerte como si se tratara de un perro salvaje. Los hombres pudieron ver cuando sus labios se retrajeron para mostrar los dientes. Después se abalanzó sobre ellos corriendo en cuatro patas. Las escopetas estallaron y la criatura voló por el aire. Ambos decidieron alejarse a toda prisa sin mirar atrás, pues en seguida tuvieron la aterradora sensación de estar siendo observados.
Al salir del bosque y llegar al claro donde se situaba la granja, encontraron preocupado al resto de la familia. Habían escuchado los disparos de las escopetas. Además, les dijeron que se habían ausentado durante demasiado tiempo, lo que el par rechazó afirmando que solo había sido alrededor de una hora. Henry les dijo que se habían ido desde hacía tres horas y que en ese lapso, los extraños ruidos provenientes del bosque no habían hecho más que intensificarse dejando a todos en estado de pánico. Confundida, la familia se reunió en la casa y los hombres contaron lo que habían visto. Tenían planeado cargar una carreta con sus pertenencias e irse a Hopkinsville, pero mientras hacían los preparativos el canto extraño se hizo más estruendoso, adquiriendo un tono de urgencia. Aquella música gutural parecía más salvaje y próxima.
Los hombres tomaron las viejas escopetas de la granja, algunas provenientes del periodo de la Guerra Civil. Se repartieron las municiones y se mantuvieron alerta. Los caballos estaban bastante nerviosos y dudaron ser capaces siquiera de poner el arnés a los animales. La noche empezó a caer lanzando sombras sobre el bosque. Cuando todo quedó oscuro el mismo brillo ondulante reapareció, iluminando el cielo con un fulgor siniestro.
Resolvieron atrancar las puertas con los muebles para impedir la entrada de lo que sea que estuviera allá afuera. Esa noche estaba clara, la luna llena brillaba con todo su esplendor sobre la granja. Los hombres vigilaban aprensivos incluso mientras se preparaba una cena a las prisas.
Con la llegada de la madrugada, el ruido cesó de forma repentina y poco después las personas al interior de la casa en la granja notaron movimiento en los alrededores. Eran figuras de baja estatura en cuclillas, parecidas a aquella que había sido tiroteada en el bosque, corrían por todo el frente de la casa gritando y gruñendo. Las piedras volaron sobre las ventanas alcanzando las persianas y las paredes de madera. Los perros al interior de la casa ladraban como locos, los niños lloraban y las mujeres gritaban aterrorizadas. En la puerta principal, fuertemente atrancada y bloqueada con una pesada cómoda de madera, podían escucharse los golpes de incontables manos. Por entre las rendijas de las ventanas surgieron las sombras de los invasores, criaturas feroces del tamaño de niños: desnudas y pálidas, con facciones embrutecidas y ojos que brillaban en la oscuridad.
Poco después escucharon un relinchido aterrador que provino del establo. Las criaturas habían llegado hasta los animales de la granja. El barullo que siguió fue angustiante, era el sonido de gruñidos mezclados con el tropel de los caballos, mugidos nerviosos y llenos de terror que se extendieron durante varios minutos. Elmer quería abrir la puerta y hacer frente a los invasores, pero Henry jamás se atrevería a poner en juego la vida de los niños y las mujeres. La puerta principal fue golpeada nuevamente, pero la gruesa madera soportó el castigo. Sin embargo, lo mismo no podía decirse de las ventanas que empezaban a ceder ante la ferocidad de las criaturas que amenazaban con entrar. Percibiendo peligro inminente, los hombres apuntaron las escopetas y dispararon por entre las rendijas, más para asustar a los seres que para alcanzar un objetivo. Los gritos irrumpieron en el patio frontal, era un sonido de terror y pánico salvaje, seguido de los sonidos de pasos que emprendían una retirada. Aquel tumulto se había dispersado, la familia tuvo tiempo suficiente como para clavar tablas sobre las puertas y ventanas, además de reforzar sus barricadas con los muebles más pesados que tenían.
En torno a las tres de la mañana, una segunda ola de criaturas envistió la casa, esta vez se concentraron en la puerta trasera que había sido asegurada con tablas. La puerta resistió aquellos ataques furiosos de puños y patadas. Fue entonces que escucharon pasos en el tejado y supieron inmediatamente que las criaturas habían llegado arriba. Las tejas caían por todas partes y la embestida superior terminó cuando los familiares dispararon al aire. Los gruñidos se multiplicaron y la puerta trasera parecía a punto de vencerse. Billy Ray y Jerold apuntaron sus armas en esa dirección, en el preciso instante que la puerta se soltó de las paredes. Las armas estallaron e inmediatamente algunos seres fueron alcanzados, pero otros tantos los relevaron, extendiendo sus manos dotadas de garras al interior de la casa. Dispararon en repetidas ocasiones hasta que finalmente los seres desistieron. El comedor fue volteado y colocado frente a la puerta para resguardar la entrada.
El segundo ataque se extendió al menos durante dos horas, con las criaturas gruñendo enfurecidas, lanzando piedras contra la fachada y golpeando las paredes. Finalmente, cuando empezó a amanecer, se rindieron y regresaron al bosque.
Alrededor de las siete de la mañana, los hombres notaron que había movimiento otra vez en la puerta principal, pero en esta ocasión eran vecinos que vivían a algunas millas de distancia. Los Sutton abrieron la puerta para saludar a unos vecinos impactados por lo que veían sus ojos. La granja parecía un campo de guerra, todo estaba fuera de lugar, destruido o arruinado. No había quedado ninguna señal de las criaturas responsables por tal devastación, se habían ido llevándose a sus heridos y muertos. El establo, gallinero y granero estaban destruidos, los animales que allí vivían fueron brutalmente masacrados a golpes y pedradas. Una serie de extraños símbolos fue pinta en la pared del granero con la sangre de los animales abatidos.
Los vecinos, Paul Taylor y su hijo Carlton, dijeron que habían escuchado los disparos en la madrugada, pero no pudieron acudir antes por temor a dejar al resto de su familia desprotegida. Tomando en cuenta la cantidad de criaturas y la forma tan violenta en que atacaron, los Taylor no pudieron tomar una mejor decisión. Carlton, acompañado de Elmer, se dirigió hasta Hopkinsville para buscar ayuda y en menos de una hora más de una docena de habitantes preocupados hacían acto de presencia en el lugar para dar fe de la situación. Nadie dudó de la historia de Henry Sutton, el hombre no ganaba nada con inventarse aquello y los Sutton siempre habían sido gente de bien, incapaces de inventar aquella historia solo para llamar la atención. Además, el estado de las mujeres y de los niños dejaba en claro que algo realmente malo había sucedido.
El delegado del condado de Christian, Russel Greenwell, y una veintena de oficiales acudieron a la granja. Los policías sacaron fotos, rastrearon el área e interrogaron a las personas. A inicios de la tarde, el grupo ingresó al bosque buscando indicios de la misteriosa presencia sobrenatural. No encontraron nada, ni una sola huella o rastro.
Los periódicos locales dieron una amplia cobertura al caso y los Sutton se convirtieron en una especie de celebridad. Las criaturas fueron llamadas los “Goblins de Hopkinsville” en un reportaje que hizo el Kentuck New Era y el nombre se quedó de forma definitiva. En los días siguientes, los habitantes de Hopkinsville informaron que hombres del gobierno habían estado en la región, haciendo preguntas y recolectando información. Algunos venían de la Base Aérea del Fuerte Campbell. Incluso hay rumores de que miembros del sigiloso Proyecto Blue Book también estuvieron indagando.
Tras el incidente, los Sutton decidieron no hablar más de lo que había pasado aquella noche. La granja se convirtió en una especie de atracción turística durante algunos meses, congregando a un gran número de curiosos. Incómodos por la invasión a su privacidad, la familia dejó el condado de Christian y se refugió en casa de familiares. Solo Billy Ray siguió viviendo en la región, afirmando de forma categórica que los hechos sucedieron según el relato. Un año después la granja fue vendida y los Sutton se mudaron al oeste.
Especialistas en fenómenos paranormales formaron, a lo largo del tiempo, varias hipótesis sobre el incidente y sobre la naturaleza real de los “Goblins”. Una de las hipótesis más interesantes (y controversiales) pone a los Goblins como visitantes inter-dimensionales, criaturas provenientes de otra realidad. Habrían “invadido” nuestro mundo cruzando algún portal que conectó ambas dimensiones durante cierto periodo de tiempo. Incapaces de vivir en este mundo, simplemente se habrían marchado.
El artículo Los Goblins de Hopkinsville fue publicado en Marcianos.
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