Hace un par de años recibí una llamada telefónica de un antiguo cliente residencial. Mi pequeña empresa de reparación de computadoras se enfoca principalmente en dar soporte a clientes comerciales, pero aún mantiene una relación profesional con algunos de nuestros antiguos clientes residenciales – especialmente ancianos que dependen completamente de nosotros para orientarse en el complejo mundo de las imágenes prediseñadas, la impresión fotográfica y las cadenas de correo electrónico.
Por eso, cuando el número de Beulah Mabry apareció en el identificador de llamadas, esperaba otro “problema” computacional tan sencillo que podría resolverse con bajar el interruptor del protector contra sobretensiones (una solución real en las llamadas previas de Beulah). Pero no podía estar más equivocado, y aquella llamada de soporte es la razón por la que nunca más he atendido otra.
“Hola, habla Daniel, ¿cómo puedo ayudarla hoy?”
“Sí, Beulah me dio su número. Mi computadora está funcionando mal y espero que puedas ayudarme”.
No reconocí la voz de la anciana al teléfono. Se parecía a la de Beulah, (muchas mujeres de edad avanzada tienen voces parecidas), pero era lo suficientemente diferente como para que lo notara.
“Yo… uh… bueno, bueno es un poco raro. ¿Me está llamando de la casa de Beulah?”.
“Oh, sí. Ella me vendió su casa. Se mudó a vivir con su hijo. Me dejó su número de teléfono en caso de que necesitara ayuda”.
En este punto estaba algo confundido sobre los motivos que llevaron a Beulah a dejar su número telefónico después que vendió la casa, pero no insistí con el tema. Mi reacción inicial fue explicarle a la mujer que ya no aceptábamos nuevos clientes residenciales, pero terminó convenciéndome con su desesperada necesidad de que la ayudara con la computadora. De hecho, la descripción del problema que hizo apuntaba a una falla grave en el hardware – ya no se trataba de algo tan simple como “encender y apagar”. Acordé reunirme con ella en un par de horas. La anciana me explicó que no podía estar presente para cuando yo llegara, pero me dejaría la puerta abierta para que hiciera el trabajo. Puede parecer extraño, pero donde vivo las personas hacen este tipo de cosas todo el tiempo.
Llegué al domicilio en torno a la 1:00 p.m. y toqué el timbre. Después de intentarlo un par de veces más seguí sin una respuesta, abrí la puerta y pasé a la sala de estar que estaba exactamente como hacía unos meses antes, cuando Beulah todavía vivía allí. Las mismas cortinas, los mismos muebles, los mismos libros en el estante (a Beulah le encantaban las novelas de ficción). Incluso las viejas fotos de la familia de Beulah todavía estaban colgadas en la pared. Me detuve un instante a pensar en lo que estaba sucediendo y llegué a la triste conclusión de que la voz al teléfono probablemente era la de Beulah. Debería tener más de 80 años y probablemente experimentaba algún episodio de demencia.
Llamé para ver si se encontraba, pero no obtuve respuesta. Subí hasta el dormitorio y no encontré señal de ella. Después de algunos minutos de búsqueda, me senté en su pequeño escritorio ubicado en una esquina de la cocina y decidí examinar la computadora por si había que ajustar algo. Supuse que no había nada de malo con aquel equipo, que en realidad me había llamado durante una crisis, pero para mi sorpresa el equipo mostraba el mismo comportamiento que describió en el teléfono. Lento, con una respuesta muy retrasada. Después escuché ese sonido inconfundible de un disco duro que ha llegado a su fin “whirr-clic-clic-clic-clic” que acompañaba a cada pausa en el equipo, lo que me convenció de apagar el equipo y dirigirme hasta el auto para reemplazar la unidad y hacer una reinstalación del sistema operativo.
En el preciso momento en que me disponía a quitar la energía, la puerta trasera que conducía a la cocina se abrió y entró una mujer delgada de edad avanzada que llevaba un vestido desteñido de color verde y unas pantuflas, tenía el pelo canoso atado con un moño desordenado.
No era Beulah.
Arrastraba los pies mientras revisaba la correspondencia y en absoluto le sorprendió mi presencia en la cocina. Vagamente levantó la vista y me dio las gracias por haber ido.
“Sí, de nada. ¿Disculpe, cómo conoció a Beulah?”
“Bueno, nos conocemos desde hace mucho tiempo”.
Respondió con un tono de monotonía bastante inquietante.
“Es que… bueno, me di cuenta que todas sus viejas pertenencias aún siguen aquí. Supongo que todavía no se va, ¿verdad?”
“Sí, ya se ha ido. Se fue con su hijo”.
“Eh… que extraño. ¿Entonces por qué dejó su vieja computadora y sus libros? Espero que se encuentre bien”.
Supongo que la mujer se me quedó mirando. Y digo que supongo pues, aunque estaba viendo en mi dirección, era como si estuviera enfocada en algo lejano. Durante ese momento tan incómodo me di cuenta de lo sucia que estaba. Su cara huesuda estaba llena de mugre, sus manos blancas tenían vetas de color marrón como si las hubiera sumergido en barniz para madera. Rompí aquel silencio.
“El… este… el ordenador tiene una falla en el disco duro. Tendré que reemplazarlo. Creo que todavía se pueden rescatar sus documentos y fotografías”.
“Sí, está bien”.
“Voy a tener que llevármelo, no tengo las herramientas que necesito aquí. Te llamaré en un días o dos cuando esté listo”.
Con un movimiento de cabeza, dio la vuelta y se dirigió al baño, “solo déjalo aquí en caso de que no me encuentres”. Después que la puerta del baño se cerró, desconecté la computadora, cargué el equipo y me dirigí nuevamente a la empresa.
Debo decir que en ese punto no estaba acobardado, sino más bien confundido por ese episodio tan raro. ¿Quién vende su casa y deja todas sus pertenencias? ¿Quién compra una casa y deja los recuerdos del antiguo propietario?
Imaginen mi sorpresa cuando, tres días después, llamé desde la oficina y escuché el acento inconfundible de la señora Beulah Mabry.
“¿Señora Mabry, es usted? Soy Daniel, el sujeto de la computadora”-
“Oh, hola Daniel. ¿Cómo te ha ido?”
“Muy bien, pero creí que se había mudado a casa de su hijo”.
“¿A casa de mi hijo? No, estuve allí en una visita corta. Recién regresé el día de ayer. ¿Cómo lo sabes?”.
Le expliqué todo lo que había sucedido tres días antes. Ella no pareció entender nada de lo que le estaba diciendo hasta que le mencioné que había reparado su computadora y estaba lista para llevársela.
“¡Oh querido! ¿Tú tienes mi equipo? Creí que lo habían hurtado. Llamé a la policía y todo”.
Al escuchar eso, le expliqué que lo mejor sería llamar al oficial que le tomó la denuncia para que nos reuniéramos en su casa. Una hora después llegué a la pequeña casa de Beulah y la vi hablando con un oficial de policía en el porche delantero. Parecía contenta de verme, él no tanto. Después de responder algunas preguntas sobre la misteriosa mujer en la casa y explicarle mi trabajo como técnico de computadoras, el policía quedó convencido de que no había robado intencionalmente a mi clienta.
Volviendo con Beulah, el oficial le preguntó sobre amigos o familiares que pudieron haberla visitado durante su ausencia. Ella indicó algunos nombres, pero añadió que absolutamente nadie debería haber estado en su casa pues se había llevado las llaves y tampoco solicitó a nadie que la vigilara. Claramente sacudida por la situación, Beulah me llevó junto con el oficial a la sala de estar.
Mientras el oficial levantaba el reporte sobre la misteriosa mujer, le expliqué a Beulah lo que había hecho a su equipo y que había sido capaz de recuperar todos los documentos y fotografías. Cuando se dio cuenta que en determinado momento sus fotografías habían estado en riesgo, entró en pánico y dijo que tenía fotos de una hermana que había muerto desde hacía tiempo, imágenes que no podía reemplazar pues la originales se habían perdido en un tornado algunos años antes.
Le aseguré que fui capaz de recuperar todo de su antigua unidad y que me gustaría instalarle un sistema de respaldo en el futuro. Después de conectar todo, arranqué la computadora y le solicité a Beulah que echara un vistazo a las fotos recuperadas para estar seguros de que no faltaba nada.
A medida que Beulah avanzaba entre las fotografías me di cuenta que su hermana debió morir a muy temprana edad hacía mucho tiempo – las fotos eran viejas y su hermana parecía de entre 10 y 12 años, siempre acostada en una cama. Beulah confirmó esto mientras seguía revisando las fotos.
“¿Cómo murió tu hermana?”.
“Empezó a enfermar después de su noveno cumpleaños. La enfermedad la atacó hasta que murió 18 meses después. La llevamos con toda clase de médicos para que la revisaran y ninguno de ellos pudo decir qué estaba pasando. Esas fotos de ella en la cama fueron las únicas que pudimos obtener pues jamás se quedaba quieta. Ninguno de nosotros sabía cómo funcionaba una cámara en ese entonces, pero tuvimos una niñera que se quedó con nosotros poco antes de que Sissie enfermara y ella adoraba sacar fotografías. Nos dijo que preservaban algo más que recuerdos”.
Beulah continuó diciéndome sobre su hermana pero no puse atención a ninguna de sus palabras. Algo que había visto en una de las fotografías me heló la sangre.
“Espera, regresa una. ¿Quién es la que está al lado de la cama?”.
Debo haberme puesto pálido pues Beulah me pidió que tomara asiento y quiso saber si algo andaba mal.
“¿Quién es la que está al lado de la cama?”, le repetí con un tono más frenético.
“Esa es la niñera que cuidó de mi hermana cuando enfermó. ¿Por qué?”
“Esa es la mujer que conocí en esta misma casa hace tres días”.
Texto de danieloct, traducido por Marcianosmx.com
El artículo Una llamada siniestra – Creepypasta fue publicado en Marcianos.
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