Mientras una entrevistadora poco familiar lo encaraba, Henry intentaba explicarle que “no recordaba las cosas”. La dama parecía muy interesada sobre la forma en que aquel hombre pasaba un día normal, y sobre qué había comido ese día en el desayuno, pero los esfuerzos de Henry para reunir esa información en su cabeza resultaban infructuosos.
Le resultaba sumamente sencillo responder preguntas sobre su infancia y primeros años de vida como adulto, pero a partir de ahí y por un periodo indefinido de tiempo había sido desprovisto de cualquier recuerdo. De hecho, cada cierto tiempo Henry sentía como si acabara de despertar de un sueño profundo, con recuerdos fugaces de un sueño siempre más allá de su alcance. Cada nueva experiencia, cotidiana o dramática, desaparecía de su memoria en cuestión de unos pocos minutos sin dejar rastro.
Durante más de cinco décadas Henry había padecido amnesia anterógrada, una forma profunda de pérdida de la memoria que imposibilita que nuevos sucesos se queden en la memoria de largo plazo. Como resultado, este hombre solo conservaba aquellos recuerdos previos a la aparición de la amnesia, y una diminuta ventana de momentos inmediatamente anteriores al presente.
En la ficción, suele mostrarse una amnesia que es una variedad anterógrada muy rara conocida como estado de fuga, caracterizada por comprometer la identidad y todos los recuerdos previos al evento que la desencadenó. La amnesia anterógrada no priva al paciente de su identidad, de su pasado ni de sus habilidades. Simplemente limita la formación de nuevos recuerdos. Como consecuencia, los recuerdos previos a la enfermedad se congelan de forma perpetua, generalmente acompañados por una sensación constante de que se acaba de volver de un estado de “inconsciencia” que llena el intervalo de tiempo no recordado.
Viviendo en el presente.
La discapacidad de Henry era el resultado no intencional de una cirugía cerebral experimental realizada en 1953. Durante la adolescencia, el inteligente joven empezó a presentar ataques frecuentes del gran mal, convulsiones caracterizadas por la pérdida de la conciencia, espasmos musculares y rigidez. La frecuencia de sus ataques epilépticos creció al punto de que ingresaba a episodios espontáneos de inconciencia cada pocos minutos.
Tras explorar varias opciones ofrecidas por la medicina contemporánea, el Dr. William Scoville realizó una resección radical del lóbulo temporal medial del paciente en un intento desesperado por devolverle algo de su calidad de vida al joven Henry. En ese sentido, la operación resultó un éxito, los severos ataques del paciente se redujeron de forma dramática tras la intervención. Sin embargo, el cirujano se mostró angustiado al descubrir que la remoción del hipocampo había desprovisto a Henry de su habilidad para crear nuevos recuerdos.
Aquello imposibilitó que Henry llevara una vida normal, y debido a su condición rápidamente se convirtió en el sujeto más famoso de estudio sobre el cerebro humano. Su verdadera identidad se mantuvo en secreto durante muchos años, y era referido en la literatura médica solamente por sus iniciales: “H.M.”. Aunque muy trágica, la incapacidad de Henry ayudó a impulsar la investigación sobre la memoria más allá del ámbito filosófico por primera vez en la historia. Los esfuerzos previos de estudiar la memoria se habían limitado a los estudios con animales, donde los científicos dañaban deliberadamente ciertas regiones cerebrales de los animales para monitorear cualquier pérdida en la función de la memoria. Los experimentos no solo eran desagradables para los animales, la mayoría de las veces resultaban frustrantes para los propios investigadores.
H.M. fue descrito como un sujeto afable y elocuente, con un coeficiente intelectual por arriba del promedio y con una personalidad encantadora pese a su condición. A sus ochenta años, aún recordaba vívidamente las memorias de su infancia así como la caída de la bolsa de 1929, pero se enfermaba de una pena renovada cada vez que se enteraba que su madre había muerto. Sin embargo, era una pena que le duraba muy poco, mientras la sustancia de la noticia se deslizaba de las débiles garras de su “memoria activa”. En una entrevista con los investigadores, describió la sensación:
“Justo ahora me estoy preguntando: ¿he hecho o dicho algo extraño? Verás, en este momento todo parece bastante claro para mí pero, ¿qué sucedió hace un momento? Eso es lo que me preocupa. Es como si me despertara de un sueño. Simplemente no recuerdo”.
Como la mayoría de las personas que han sufrido amnesia anterógrada, Henry experimentaba un grado de amnesia retrógrada, mismo que había borrado los detalles de los meses previos a la trágica operación.
Amnesia anterógrada.
Diversos casos parecidos de amnesia anterógrada se conocieron después del de Henry, a menudo a causa del síndrome de Korsakoff, una deficiencia de vitamina B1 (tiamina) provocada por un alcoholismo crónico, desnutrición, trastornos alimenticios o envenenamiento. Esto sugirió que la tiamina es necesaria para mantener las propiedades de escritura de memoria del cerebro.
Algunas infecciones virales poco comunes también producen la enfermedad, como sucedió con el famoso experto en música Clive Wearing. Su habilidad para almacenar nuevos recuerdos fue destruida por una agresiva infección del virus del herpes simple tipo 1, que atacó a su hipocampo en lugar de presentar las típicas lesiones del herpes labial.
Otras causas incluyen tumores cerebrales, falta de oxígeno y enfermedades relacionadas con la demencia, como el Alzheimer. En cada instancia puede encontrarse una afección sobre el hipocampo, una pequeña estructura del cerebro que resulta vital para la memoria a largo plazo.
Aunque los amnésicos anterógradas son incapaces de almacenar nueva información, los investigadores se sorprendieron al descubrir que los enfermos son capaces de dominar tareas nuevas y complejas con el tiempo. Un amnésico anterógrada que practica repetidamente habilidades como la escritura al revés o tocar la guitarra puede mostrar mejorías medibles, aunque en cada caso el sujeto cree que lo hace por primera vez.
Este fenómeno puso en tela de juicio la creencia tradicional de que la memoria es almacenada en un “depósito” mental común. También evidenció que la memoria procedimental – la memoria del “cómo lo hago”– no se rige por el mismo circuito que la memoria episódica (eventos autobiográficos) y la memoria semántica (conocimiento y hechos en general). Además, algunos pacientes experimentaron el “Efecto Tetris” horas o incluso días después de jugar el videojuego durante los experimentos: describieron sueños vívidos de figuras de Tetris cayendo pese a que no tenían un recuerdo consciente de la existencia del juego.
Los recuerdos de Henry M.
Una neuróloga de nombre Suzanne Corkin dio seguimiento al progreso de Henry M. durante aproximadamente cuarenta años, y cada vez que se presentaba a sí misma tenía que saludarlo como si fuera la primera vez. Sin embargo, en cierta ocasión una enfermera le mencionó a Henry que la “Dra. Corkin” había estado preguntando por él, a lo que respondió “¿Suzanne?”. Pese a que no podía decir de quién se trataba, de alguna forma había asociado el nombre al apellido.
Con el paso de los años, una cantidad modesta de información semántica logró filtrarse a la memoria de largo plazo de Henry, lo que sugirió que su cerebro estaba luchando por establecer vías alternas con éxitos esporádicos. Él tenía conocimiento de que un presidente llamado John F. Kennedy había sido asesinado en 1963, y podía esbozar un diagrama más o menos preciso del lugar donde había vivido en los años que siguieron a la cirugía.
A Henry parecían no preocuparle los signos de su avanzada edad cuando se veía en un espejo, lo que sugiere que no se sorprendía por el paso de tantos años después de aquella operación que le arruinó la vida. Cuando le preguntaban qué opinaba sobre su apariencia, respondía de forma casual, “ya no soy ningún niño”. También parecía haber aprendido que su memoria estaba afectada y que los científicos lo estudiaban para descubrir más sobre la mente humana. Cierta vez, cuando le preguntaron si era feliz, Henry respondió “sí”, sin titubear. Siguió con “la forma en que lo entiendo es que lo que ellos descubran sobre mí, ayudará a otras personas”.
Una breve charla con H.M. tendía a ser repetitiva, pero en ciertas ocasiones reveladora. Durante una visita al Instituto de Tecnología de Massachusetts donde le harían unas pruebas de memoria, la Dra. Corkin le preguntó a Henry si sabía dónde se encontraban mientras caminaban por un pasillo. “¡Claro!”, respondió con una sonrisa, “¡Estoy en el MIT!”.
Desconcertada, Corkin le preguntó “¿cómo lo sabes?”.
Riendo, Henry señaló a un estudiante que llevaba un suéter del MIT. “Ahí lo tienes”.
No solo demostró que su sentido del humor estaba intacto, sino que sus poderes de deducción no eran obstaculizados por su enfermedad en la memoria. En otra ocasión, a Henry se le preguntó qué hacía para tratar de recordar las cosas. “Bueno”, respondió con una sonrisa. “Eso no lo sé por qué no recuerdo lo que he intentado”.
En un raro ejemplo de redención científica hollywoodense, la realidad de la amnesia anterógrada fue ilustrada con una precisión razonable en la película Memento (2001). Los realizadores aplicaron el concepto de cronología inversa para imitar los efectos de la enfermedad, lo que permite a los espectadores compartir la confusión del protagonista sobre los eventos del pasado.
Debido a su lamentable padecimiento, Henry nunca fue capaz de entender el invaluable regalo que hizo al campo de la neurología. A sus más de ochenta años, y viviendo en un asilo de ancianos en Connecticut, Henry aun ayudaba (en secreto) a los investigadores a desentrañar los secretos de la mente humana.
El día 2 de diciembre de 2008, Henry Gustav Molaison dejó este mundo en el que la mayor parte de su vida vivió en el presente inmediato. Su tutor legal acordó donar el cerebro de Henry a la ciencia, para que los neurólogos pudieran examinar a detalle las lesiones que le produjeron el terrible daño.
El artículo Henry Molaison, una vida sin recuerdos fue publicado en Marcianos.
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