Es imposible hablar de la cultura azteca y no hacer referencia a una de sus prácticas más polémicas: los sacrificios humanos. Y aunque no se sabe a ciencia cierta cuan a menudo tenían lugar estas ceremonias sangrientas en Mesoamérica, los detalles sobre los macabros rituales son muy nítidos: una víctima era dispuesta sobre una enorme roca donde un alto sacerdote le abría el estómago para extraer el corazón, órgano que después era ofrendado a Huitzilopochtli, el dios del sol.
Si nos movemos en la línea temporal hasta el siglo XX, mucho después de la conquista y la conversión al cristianismo, aún podremos encontrar a una sacerdotisa de sangre en México. Su nombre fue Magdalena Solís, y se haría famosa por sacrificar a sus seguidores como parte de su búsqueda y ascenso en las artes oscuras.
Magdalena Solís nació en el seno de una familia pobre en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, en algún momento entre la década de 1930 y principios de 1940. A muy temprana edad incursionó en el mundo de la prostitución, su proxeneta era su propio hermano, un hombre llamado Eleazar Solís. Posiblemente Magdalena vivió de la prostitución durante toda su vida, hasta que conoció a Santos y Cayetano Hernández, hombres que le cambiarían la vida por siempre.
Santos y Cayetano eran hermanos y se ganaban la vida estafando a las personas, recorrieron varios puntos del país en los años 50. En el año de 1962 llegaron hasta el pueblo de La Yerbabuena con un esquema para timar a los habitantes locales.
Los dioses incas de La Yerbabuena.
La farsa era sencilla: los hermanos les dijeron a los pueblerinos que eran profetas de dioses incas que habían sido exiliados. Les prometieron prosperidad a cambio de una devoción incuestionable. Evidentemente, el imperio inca había florecido muchas millas al sur, en la región que actualmente ocupa Perú, y muchos años antes. Pero como los pobres aldeanos de La Yerbabuena eran analfabetas, les compraron la historia a los estafadores.
La convivencia entre los hermanos Hernández y sus seguidores los llevó hasta una zona montañosa cercana, lugar donde celebraban orgías forzadas. Hombres y mujeres eran mantenidos como esclavos sexuales en cuevas, todo por devoción a los supuestos dioses incas. La artimaña funcionó durante algún tiempo. Pero los pobladores de La Yerbabuena se impacientaron. Anhelaban conocer a las deidades para quienes realizaban la esclavitud sexual. Entonces, los Hernández fueron hasta Monterrey a buscar ayuda. Allí conocieron a los hermanos Solís, y los reclutaron para hacerlos pasar por los esperados dioses incas.
Los cuatro estafadores regresaron juntos a La Yerbabuena, y prepararon una entrada espectacular. Una vez en las cuevas, los Hernández entraron e iniciaron el ritual de culto a sus dioses. Mientras atraían la atención de los aldeanos, Magdalena emergió tras una cortina de humo.
Los Hernández actuaron una dramática manifestación de admiración y les dijeron a los pueblerinos que Magdalena era la reencarnación de una misteriosa diosa inca. Los pobladores quedaron estupefactos, aquello debía ser verdad. Y por primera vez en la vida, aquella pobre prostituta de Monterrey, experimentó los placeres del poder absoluto.
No pasó mucho tiempo antes que tomara el control total del culto, con Eleazar y los Hernández como sus hombres santos subordinados. Cuando un par de aldeanos intentó huir, fueron llevados ante la diosa. Magdalena los condenó a morir. Los pobres desertores fueron linchados ante la mirada aterrorizada de los seguidores del culto.
Magdalena aprendió que los sacrificios eran una excelente forma de mantener el control. Estableció un “ritual de sangre” que era aplicado a cualquiera que cuestionaba su autoridad. Los disidentes recibían palizas, eran mutilados y marcados con fuego por los creyentes. Con la víctima agonizante, daba inicio el derramamiento de sangre.
La sangre era recolectada en un cáliz y la mezclaban con sangre de gallina, así como con marihuana o peyote. A continuación, la mezcla era entregada a la diosa y sus hombres santos. Magdalena le dijo a su culto que consumir sangre le permitía vivir por siempre, que era el néctar de los dioses.
Esos macabros rituales se extendieron durante aproximadamente mes y medio. Al final, los líderes empezaron a extraer el corazón palpitante de sus víctimas recién asesinadas. Magdalena aseguró ser la reencarnación de la diosa mexica Coatlicue, la diosa de la fertilidad, regente de la vida y de la muerte, la madre de Huitzilopochtli.
La captura de la secta.
En la primavera del año 1963, un adolescente de la localidad llamado Sebastián Guerrero llegó hasta las cuevas de la secta. Oculto tras una roca atestiguó con horror la forma en que se llevaban a cabo los rituales de sangre.
El adolescente anduvo más de 15 kilómetros hasta la estación de policía más próxima. Pero las autoridades se rieron de Sebastián cuando contó la historia de aquellos vampiros bebiendo sangre en las montañas. Sin embargo, un oficial llamado Luis Martínez accedió a acompañar a Guerrero a La Yerbabuena. Cuando regresaban, Guerrero convenció a Martínez de ir a las cuevas.
Jamás los volvieron a ver con vida.
Cuando vieron que Martínez no regresó, las autoridades supusieron que algo terrible había pasado. El 31 de mayo de 1963, la policía arribó a La Yerbabuena, iban acompañados del ejército mexicano. Una fuerte balacera se desató fuera de las cuevas. Múltiples miembros de la secta fueron masacrados en la revuelta, entre ellos Santos Hernández. Cayetano murió a manos de un miembro de la secta.
Magdalena y su hermano fueron capturados con vida en una granja cercana. En el lugar también encontraron los cadáveres de Guerrero y Martínez. El corazón de Martínez había sido arrancado de su pecho al más puro estilo de los aztecas.
Solís y su hermano fue condenados a 50 años en prisión por los asesinatos de Guerrero y Martínez. Las autoridades sospechaban que asesinaron a más personas, pero los miembros sobrevivientes de la secta se negaron a declarar en su contra.
Pasarían varios años antes que los ex miembros de la secta finalmente pudieran librarse del hechizo de la suma sacerdotisa sangrienta.
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