Cuando Rachel le suelta a Tom, su hermano mayor, la frase “que a una chica le gusten las mismas porquerías raras que a ti, no significa que sea tu alma gemela”, la adolescente muestra una madurez que desafortunadamente el protagonista de 500 días con ella está muy lejos de alcanzar.
La oración puede parecer muy irónica y hasta tener connotaciones de broma, pero tiene mucho sentido cuando es aplicada a Tom en una película que esencialmente nos narra la historia entre un hombre frustrado y una mujer egoísta.
Tom Hansen es el típico hombre frustrado que no puede madurar, vive en un verdadero ritual de paso entre la adolescencia tardía y la vida como adulto. Es incapaz de abandonar sus convenciones juveniles sobre una relación y su visión del amor aún está fuertemente influenciada por el romance que suelen vendernos en las películas y canciones. Por eso es que la frase de su hermana tiene tanto peso. Después de todo, en la mente de Tom el amor es justamente eso: andar tomados de las manos mientras comparten un auricular a través del cual suena The Smiths.
Es el tipo de imaginario colectivo que se discute hasta el hartazgo en series como How I Met Your Mother, donde Ted Mosby vive algo similar, la idea de que el universo le debe una mujer perfectible, bella y con sus mismos gustos, después de todo, es “una buena persona”. Pero para ser justos, 500 días con ella aborda dos estereotipos muy comunes en nuestros días: el antes mencionado frustrado, que solo encuentra felicidad en otra persona, y la egoísta que solo piensa en su felicidad. Tom es la clase de persona que no logra encontrarse a sí misma y despeja todos esos miedos e incertidumbres con otra persona. Mientras que Summer es la clase de mujer cuya percepción de libertad está basada en su independencia emocional, sin importar lo amargo que pueda resultar este tipo de comportamiento para otras personas.
Es decir, mientras uno solo ve la felicidad en una vida de pareja, la otra es incapaz de ver más allá de sus narices. Es evidente que ambas visiones están erradas y resulta muy interesante la forma en que la película expone dichas diferencias. Pero por alguna razón Summer salió perdiendo en la trama, recibiendo los apodos más “cariñosos” de la Internet, mientras que Tom es el “hombre raro”, “un romántico chapado a la antigua” y “difícil de encontrar en estos tiempos”. La verdad es que ambos son individuos con ideas completamente desfasadas sobre el amor.
Regresando a las palabras de Rachel, no solo Tom, sino una cantidad enorme de hombres desde la adolescencia creamos esa imagen de mujer perfecta o relación ideal. “¿Qué necesita tener una mujer para que pueda amarla?” Así es que empezamos atribuyéndole a un ser humano cualidades que consideramos necesarias, por eso es que vivimos en función de nuestras expectativas, y cuando no maduramos la frustración pasa a ser la mayor compañía en nuestras vidas.
Aunque Sumer sea guapa, tenga una pinta de mujer tierna y un buen gusto musical, ella jamás será perfecta ante los ojos de Tom, pues él la ha conceptualizado en su mente mucho antes de saber que existía. Su visión de Summer es intocable e invariable y, a las primeras de cambio, el encuentro entre la Summer de la vida real y la Summer de Tom resultará en una decepción. Es por eso que la frase “no solo porque tengan gustos en común significa que sea amor” debería tomarse muy enserio. Sentir admiración no equivale a sentir amor.
Es un sujeto desesperado por ese sentimiento, y funciona según la idea de que él, más que ninguna otra persona en el mundo, merece ser amado. Después de todo, es lo que otras personas le sugieren. Ella es la terrible imagen de una mujer independiente que tanto atemoriza a algunos hombres. Básicamente, crecemos viendo a la mujer como una doncella en su habitación que espera a su príncipe azul (así es como el protagonista de la película se ve a sí mismo). Por eso, cuando se encuentra a una mujer que dice no necesitar de nadie para ser feliz, se crea un conflicto. Provoca extrañeza. Es muy común que el espectador elija un lado en la historia, en este caso el lado de Tom.
Pareciera que Tom hace todas las cosas bien y Summer fuera incapaz de entender su amor. Pero hay dos puntos aquí: el primero es que Summer tiene todo el derecho del mundo a no amarlo y, segundo, lo que ella hace hasta cierto punto es puro egoísmo. Por pensar tanto en sí misma, termina olvidando que está relacionándose con seres humanos, no con piedras. Es genial que ella tenga ese sentido de la libertad, pero eso no significa que todos a su alrededor también lo tengan. Estamos destinados, al menos como seres sociales, a buscar abrigo en los demás. Formar lazos con otras personas es común, ya sean de amistad, de pasión o, en el mejor de los casos, de amor.
Pero a Summer parece no importarle. Es obvio que invitar a alguien que está claramente enamorado de ti a tu boda es muy malo. Junto con no tener la más mínima noción de empatía. Incluso aunque Tom sea un completo dependiente sentimental, poner en práctica un mínimo de respeto evitará exponerlo a un momento tan doloroso como ese. ¿Summer tiene responsabilidades con él? Más o menos. Se quiera o no, ellos tuvieron una relación, y por mucho que esa mentalidad de libertad compulsiva la lleve a creer que no, allí hubo algo. Pequeño o grande, verdadero o falso, pero existió.
En un lapso de 500 días Summer se relacionó con Tom, se enamoró de otro y se casó. En un lapso de 500 días, Tom se enamoró de Summer, se decepcionó y terminó la película buscando una nueva relación perfecta. Si eso no es ser un desesperado, yo no sé qué sea. El amor no es viajar, no es vestir bien, no es una película y mucho menos el texto de un comediante queriendo vender entradas a su obra. Es el sentimiento más puro, poderoso y antiguo que experimenta el ser humano.
500 días con ella nos proporciona una noción sobre lo perdidos que estamos. Somos adultos mimados, carentes y llenos de frustraciones, buscando pretextos y abrazos. No aceptamos las diferencias y cuando chocamos con la realidad, toda esa relación “perfecta” se esfuma, y las personas terminan divorciándose. ¿Y a nombre de quién facturan esos fracasos? Por supuesto, a nombre del amor.
La palabra correcta es: madurar.
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