La psicoterapeuta inglesa Philippa Perry, en su obra How to Stay Sane, argumenta que “nuestra cordura y felicidad tienen que ver más con nuestras relaciones interpersonales que con el estado del clima, en que trabajamos o cuales son nuestros pasatiempos. Andamos por ahí, ganándonos la vida, conquistando cosas y haciendo alarde de todo eso (o no), pero lo que más nos afecta son las personas a nuestro alrededor: nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amantes, nuestros colegas, nuestros vecinos y nuestras amistades”.
Cuando nos encariñamos con alguien, creamos la falsa expectativa de que nuestras emociones serán para toda la vida. En estos casos, cuando una persona por la que hemos nutrido una gran consideración nos decepciona, no sabemos cómo actuar. Paralizados por la decepción, nos vemos en serias dificultades para reacomodar los papeles, cambiar la configuración de nuestras relaciones y volver a empezar. En un intento por huir del dolor de la ruptura, aceptamos convivir con la injusticia y la falta de respeto.
Debemos aceptar que alguien que no ofrece respeto por libre iniciativa no es una persona con quien valga la pena convivir. No se trata de un tema negociable: pedir respeto, mendigar justicia. En fin, implorar por la consideración de una persona a quien siempre tratamos bien parece fuera de todo propósito. ¿Por qué agradeceríamos la presencia de alguien que, espontáneamente, no actúa de la forma correcta en relación a nosotros?
No siempre es sencillo detectar esos episodios de falta de respeto, pero existen algunos indicios que pueden tomarse en consideración en el cálculo. Las personas que no valoran tus logros, que se vuelven contra ti, que cuestionan tus victorias, que critican tus sueños, que insisten con los motivos que te causan dolor. Las personas que intentan destacar haciendo menos a los que están a su alrededor. Personas que nos agradan y que, de repente, pasan a tomar actitudes envidiosas, mentirosas e invasivas. Personas cuyo comportamiento nos insulta.
Lo bueno de todo esto es que, si hubo un tiempo en que no había forma de escapar del abuso sentimental, eso llegó a su fin. Siéntete con el derecho de irte cuando quieras. Siéntete con el derecho de decir adiós sin dar explicaciones. O, si lo prefieres, de desechar las angustias. Por todos lados, en todo el mundo, hay personas interesantes con las cuales convivir. No hay razones para acostumbrarnos a la jaula social del orgullo, del abuso y los insultos.
Si nuestro resentimiento es provocado siempre por los mismos motivos o personas, ¿por qué no tomar en cuenta lo que nos están diciendo? Nuestros mecanismos de defensa están ahí, intentando que comprendamos dos cosas importantes: buscar lo que es mejor para nosotros mismos es algo que exige valor, pero es preciso que nos acostumbremos a la inevitabilidad de tener relaciones pasajeras. No nos dejemos parasitar por quien no nos respeta. Dejemos las personas negativas atrás y permitamos que nuestra existencia siga.
El artículo El respeto no se mendiga fue publicado en Marcianos.
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