En el año de 1982 un grupo de agentes de la URSS que laboraban en el Comité para la Seguridad del Estado, mejor conocido como KGB, celebraban la adquisición, muy difícil de lograr, de un poco de tecnología occidental. Los soviéticos se encontraban desarrollando un ambicioso y lucrativo proyecto de gasoducto para transportar gas natural a través de la extensa Siberia, pero carecían de un software que les permitiera controlar el complejo sistema de bombas, turbinas, válvulas y puntos de almacenamiento.
El gobierno de los Estados Unidos era dueño de este tipo de software, pero resultaba evidente que los gringos rechazarían cualquier propuesta de su rival en la Guerra Fría para adquirir el producto. No dispuestos a limitar sus acciones por diplomacia, los oficiales de la KGB infiltraron un agente para que hurtara la tecnología de una firma canadiense. Sin que los espías soviéticos sospecharan, el software que robaron llevaba un pequeño extra: unas cuantas líneas de código que habían sido incluidas exclusivamente para ellos.
Un plan para robar tecnología occidental.
En el transcurso de la Guerra Fría, los científicos soviéticos demostraron ser excepcionalmente hábiles en obras de ingeniería entre las que se pueden listar los vuelos espaciales, pero se encontraban atrasados respecto a los conocimientos técnicos de la industria estadounidense en áreas como la microelectrónica y computación. Por eso, los agentes de la URSS se vieron en la necesidad de adquirir tecnología externa para implementar en la tubería que pretendía aprovechar una reserva de gas natural en Urengoi, Siberia, y llevar todo el botín a Europa. Pero ningún gobierno amigo de la URSS estaba dispuesto a venderle el sofisticado software de control, esto debido a los esfuerzos de los Estados Unidos por bloquear la venta de gas soviético en Europa.
En julio de 1981, durante una conferencia en Ottawa, el entonces presidente de Francia, Francois Mitterrand, solicitó una reunión privada con Ronald Reagan, que en ese momento era presidente de los Estados Unidos. En ese encuentro Mitterrand le soltó una montaña de documentos secretos soviéticos que detallaban la infiltración de espías de la KGB en industrias de los Estados Unidos. La fuente de dichos documentos habría sido el Coronel Vladimir Ippolitovich Vetrov, un ingeniero de cincuenta años que trabajaba para el Directorate T de la KGB, un departamento dedicado a la adquisición de tecnología occidental. Entre los deberes de Vetrov se incluía evaluar la inteligencia recolectada por los agentes de campo del departamento de la Línea X. Vetrov se habría decepcionado de los ideales comunistas por lo que desertó en 1980 y empezó a suministrar copias de documentos de Directorate T a los agentes franceses. Los franceses le asignaron el nombre clave de “Farewell”.
Los espías de la Línea X.
A medida que los miembros de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos empezaron a digerir los documentos, se hizo evidente que la KGB pretendía subsanar sus carencias en tecnología computacional empleando una vasta y eficiente red de espías. Durante la administración de Nixon, el gobierno de los Estados Unidos impulsó una política de diplomacia y cooperación conocida como détente, y los documentos “Farewell” demostraban que los soviéticos habían sacado ventaja de esta apertura infiltrando a cientos de agentes de la Línea X en las delegaciones visitantes. Por ejemplo, durante una visita a la Boeing los científicos soviéticos aplicaron adhesivo a las suelas de sus zapatos con la intención de recolectar de forma encubierta muestras de metal esparcidas en el suelo. Los documentos también señalaban que uno de los cosmonautas que trabajaba en el proyecto conjunto Apolo-Soyuz pertenecía a la KGB.
En total, Vetrov filtró alrededor de cuatro mil documentos a sus contactos franceses que comprendían una colección de información donde se revelaba el asombroso grado de subterfugio soviético. Por irónico que parezca, los Estados Unidos no estaban participando en ninguna carrera tecnológica con la Unión Soviética, sino que los investigadores estadounidenses intentaban superarse a sí mismos mientras, astutamente, la KGB les robaba el progreso. En los documentos del desertor también se detallaba una lista de todas las tecnologías que los soviéticos tenían planeado robar, principalmente radares, computadoras y semiconductores. Según toda la evidencia, los agentes de Línea X ya habían cumplido al menos dos terceras partes de la misión.
El caballo de Troya.
En lugar de deportar inmediatamente a los más de doscientos agentes de la KGB encubiertos que fueron revelados en los documentos “Farewell”, los oficiales de la CIA optaron por armar un plan de contrainteligencia. Quizá los datos más útiles filtrados por Vetrov era precisamente la lista de las tecnologías que Directorate T estaba buscando y que aún restaban por adquirir. En un trabajo conjunto con el Departamento de Defensa y el FBI, la CIA organizó una conspiración a gran escala para implantar de forma deliberada información defectuosa con la finalidad de que los agentes de Línea X sufrieran un tropezón.
Planes imprecisos de aviones furtivos, transbordadores espaciales, piezas de maquinarias y químicos fueron esparcidos por toda la industria estadounidense. En los meses posteriores, toda esa inteligencia contaminada se abrió camino hasta los soviéticos, provocando problemas inexplicables en sus fábricas de tractores, producción química, investigación aeronáutica, entre otras cosas.
Después que el gobierno de los Estados Unidos rechazara la petición de la URSS para adquirir el software que automatizaría el nuevo gasoducto transiberiano, se envió secretamente a un agente de la KGB a una empresa canadiense para que hurtara el programa.
Un nuevo lote de documentos Farewell llevó la información de estos planes hasta la CIA, lo que hizo que los agentes estadounidenses adaptaran una versión especial del software para los soviéticos y lo plantaran en la empresa en cuestión. Maravillados por la facilidad de adquisición del programa, los soviéticos pusieron a prueba el sistema de automatización de gasoductos y todo parecía ir viento en popa. A mediados de 1982, el gasoducto bombeaba enormes cantidades de gas a través de Kazajstán y Rusia hacia Europa del Este, redituándole buenas ganancias al gobierno de la URSS.
Catástrofe siberiana.
Algunas semanas después de iniciado, en el verano de 1982, aquel código clandestino en el programa de control del gasoducto se activó. Disfrazado de una prueba automatizada del sistema, el programa ordenó a una serie de válvulas, turbinas y bombas que elevaran la presión de la tubería más allá de su capacidad, colocando una peligrosa presión sobre muchas articulaciones y soldaduras de la línea durante cierto tiempo. Cierto día, en algún lugar de la solitaria Siberia, la malgastada tubería finalmente cedió ante la presión.
Mientras los satélites del North American Aerospace Defense Command (NORAD) observaban desde el cielo, una gigantesca explosión sacudió la desierta Siberia. Se estimó que la bola de fuego tenía el poder destructivo de tres kilotones, alrededor de una cuarta parte del poder destructivo de la bomba que estalló en Hiroshima. Al principio, en el NORAD sospecharon de una prueba nuclear, pero había un rotundo silencio de sus satélites que no detectaron la inconfundible firma magnética. Funcionarios militares estadounidenses que ignoraban por completo las actividades de la CIA se mostraron preocupados por el evento, una de las mayores explosiones no nucleares jamás registradas, pero en voz baja la CIA les aseguró que no había nada de qué preocuparse. Tendrían que pasar catorce años para que se revelara la verdadera causa de la explosión.
Para la CIA era imposible predecir la sección de tubería que fallaría cuando su caballo de Troya entrara en acción, y corrieron con la fortuna de que esta falla tuviera lugar en un sitio remoto. Pese a la cantidad colosal de energía que se liberó en la explosión no hubo ningún muerto ni heridos. La única herida con esa explosión fue la economía soviética. Cuando los investigadores de la URSS descubrieron que el evento había sido provocado por el software saboteado, en la KGB pusieron el grito en el cielo, y más que nada por no poder presentar ninguna protesta oficial sobre ese ataque deliberado, pues habrían expuesto sus esfuerzos de espionaje a gran escala.
Cuando se dieron cuenta que la CIA les estaba sembrando falsa inteligencia, los otros problemas de diseño relacionados con el material obtenido de los Estados Unidos ya no resultaron tan misteriosos. Tomando en cuenta el dramático resultado del gasoducto, toda la tecnología occidental que había sido hurtada quedó automáticamente bajo sospecha, una situación que sumió al progreso de los soviéticos en un pozo de incertidumbre.
El Coronel Vladimir I. Vetrov siguió suministrando información vital a los oficiales de la inteligencia francesa durante un año, contabilizando más de 4 mil documentos fotografiados. Sin embargo, en enero de 1982 la agencia de inteligencia francesa dejó de recibir información. Más tarde supieron que, mientras caminaba por un parque en Moscú, un agente de la KGB y una mujer apuñalaron a Vetrov por razones desconocidas. Sus actividades de espionaje fueron expuestas durante la investigación policial que siguió, y lo ejecutaron por traición el 23 de febrero de 1985.
Un año después del desastre, mientras la economía soviética luchaba por recuperarse, los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) asestaron otro golpe a la URSS al llevar a cabo una deportación masiva de todos los agentes de la Línea X nombrados en los documentos Farewell. Con su red de recolección de tecnología en ruinas, la gigantesca máquina de espionaje tecnológico entró en un punto muerto.
Los documentos de contrainteligencia de la CIA en el caso Farewell fueron desclasificados en 1996, ahí finalmente se reveló la verdad sobre la gigantesca explosión del gasoducto siberiano. El engaño orquestado fue uno de los esfuerzos más exitosos de cooperación interinstitucional en los Estados Unidos, que se ejecutó con tal habilidad que nunca fue detectado. Algunos condenan la explosión deliberada como una forma de terrorismo ante la falta de una guerra abierta contra la Unión Soviética, mientras que otros insisten en que los bienes mal adquiridos son problema de quien los robó.
El artículo Farewell y el caballo de Troya de la CIA fue publicado en Marcianos.
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