No quieren quitarle la cáscara a una naranja, no quieren que les lleven la contraria, no quieren conversar, no quieren perder, no quieren salir de casa, no quieren escuchar una respuesta negativa, no quieren sufrir, no quieren quedarse solos, no quieren estar tristes, no quieren resolver problemas, no quieren leer textos con más de tres renglones, no quieren entender las opiniones divergentes, no quieren nada con nadie. Lo único que quieren es atención, sólo quieren sentirse especiales.
Marisela todo el tiempo se quejaba de que tenía que esperar el semáforo en rojo. Recién había cumplido los 18 años y su padre le obsequió un automóvil. Aquellos 50 segundos que desperdiciaba frente al semáforo eran un tormento para ella.
Pablo detestaba leer en Internet cualquier texto con más de 3 renglones. No quería perder el tiempo en textos demasiado largos. Incluso dejó de leer esto cuando empecé a hablar de Marisela.
A Guillermo no le gustaba sufrir y, por eso, ante la más mínima señal de desagrado, excluía a cualquiera de su vida (y de Facebook también). Quería evitarse la fatiga.
Evelyn esperó 5 minutos más por la entrega de una pizza a domicilio. El folleto de la pizzería indicaba que el pedido llegaba en un máximo de 30 minutos. Llegó en 35. Con mucha ironía le dijo al repartidor: “¿llegaste antes, no?”.
Daniela no sabía escuchar un “no” como respuesta. O era de la forma en que ella decía, o hacía un escándalo. Su lema personal era: “así nací, así crecí y así seré siempre”.
Miguel creía que siempre tenía la razón. No le veía problema alguno en enseñar a otras personas la forma correcta de hacer las cosas, por supuesto, a su manera.
Lorenzo era un troll. Su apodo en los foros de juegos era “Master Troll”. Se pasaba el día entero ofendiendo a todo mundo. Lo hacía por puro placer. Decía que el bullying era cosa de gente divertida y que no sabíamos bromear.
Isabel adoraba llamar la atención. Filmó un video subido de tono con su novio y lo envió a un grupo de amigos en WhatsApp. En las prisas por compartir su proeza, lo envió al grupo equivocado. Después aseguró que había sido su novio quien había grabado sin su consentimiento. No supo explicar por qué ella tenía el celular en la mano.
Fedra compró una naranja completamente pelada. Un plato con 16 gajos cuidadosamente posicionados y empaquetados. Un poco más caro que una naranja normal. Se quejó de que venía con semillas.
La generación de los que ya nacen especiales (o que así lo creen) está allí, lista para pagar cualquier precio con tal de no perder el tiempo, para llamar la atención, para tener el derecho de ser prejuiciosa, para seguir siendo especial.
¿Y tú, vas a pagar el precio?
El artículo La sociedad de las naranjas sin cascara fue publicado en Marcianos.
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