La felicidad de amar, o el amor como una satisfacción, se encuentra profundamente ligada a la amistad y no podría relacionarse, así como tampoco limitarse, a la pasión y la falta. No es que la carencia, una condición que todos experimentamos en mayor o menor medida, quede excluida del amor. Y tampoco la pasión, después de todo y como garantiza Hegel, “nada importante en este mundo se realizó sin pasión”.
No existe un amor feliz que esté inmerso en ausencias particulares, la carencia. Ni un amor tranquilo mientras sólo haya pasión. La amistad nos alegra mientras nos afirma, nos llena y nos tranquiliza. Por eso es que el amor se encuentra tan conectado a la amistad, porque se ama lo que está y no lo que se desea; el deseo implica la carencia de algo. Sólo deseamos aquello que no tenemos.
La amistad puede ser más admirable que el amor, pues no se puede tener una amistad plena por quien no nos tiene amistad, pero se puede amar, aunque con cierto sufrimiento y durante un determinado tiempo, a quien no nos ama. Por eso, amar con amistad es la verdadera ecuación de la alegría. El amor es un lazo que se produce entre amigos. Amigos concretos, verdaderos y que se frecuentan, que lloran y ríen juntos, se ayudan y viven un intercambio agradable con todos los elementos que no guardan definiciones.
Sin amigos la vida puede volverse muy simple y sin amistad el amor puede volverse muy predecible.
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