Algunas familias lo único que heredan a sus descendientes es el odio mortal por sus vecinos. Hoy te presentamos cinco historias de familias que sostuvieron disputas centenarias, donde muerte y venganza se convirtieron en una tradición.
El último de los Kay.
Para poner fin a una desavenencia que se había extendido a lo largo de los últimos tres siglos y medio entre la familia Chattan y los Kay, el rey Roberto III de Escocia decidió poner una solución bastante medieval al conflicto: juicio por combate. El encuentro se produjo un 28 de septiembre del año 1396, día que pasó a la historia como la Batalla de North Inch o Batalla de los Clanes.
Cada bando se presentó con 30 miembros armados hasta los dientes: espadas, arcos, lanzas, cuchillos y hachas para librar la batalla definitiva en los márgenes del río Tay. Para evitar la presencia de curiosos y chismosos, el monarca ordenó la construcción de una barrera en el campo de batalla. Al final resultaron 11 sobrevivientes por parte de los Chattan, que eliminaron a todos los Kay, con excepción de uno.
Declaro la guerra en nombre de mi peor enemigo que es…
Cuando tu padre se embarcaba en una pelea de dimes y diretes con el vecino en la reunión del condominio debes agradecer que, por lo menos, ninguno empezó una guerra de verdad. La historia entre los clanes Taira y Minamoto fue muy distinta, pues la disputa por el poder y territorio en Japón escaló hasta convertirse en un conflicto abierto que se extendió a lo largo de 5 años, de 1180 a 1185.
Durante las primeras batalla los Taira salieron victoriosos, pero no fueron capaces de hacerle frente a la fuerza naval de los Minamoto. Este conflicto derivó en un cambio radical para la historia del país: a raíz de esto surgió el shogunato Kamamura, que se extendió hasta 1333, un período que se vio marcado por el ascenso político de los samuráis.
Heredando odio.
De Chespirito aprendimos que “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. Y es verdad, esto sucedió de forma casi literal para la familia irlandesa Donnelly, que se instaló en la localidad de Biddulph, en Canadá. La familia entró en una disputa por unos cuantos metros cuadrados de tierra con sus vecinos, los Farrell.
En el año de 1857, James Donnelly asesinó a Patrick Farrell y terminó en prisión. Pero esto no fue suficiente para calmar los deseos de venganza entre los habitantes de Biddulph. Por eso, 23 años después y comandados por los hijos de Patrick, los habitantes de aquella pequeña ciudad lincharon a cinco miembros de la familia Donnelly, exterminando a la familia del país.
Amor a la gringa.
Los Hatfield y McCoy empezaron su disputa familiar tras la Guerra Civil estadounidense (1861- 1865), extendiéndola durante varios años y dejando un legado repleto de sangre, rencor y venganza. Es más, el episodio fue tan marcante que algunos historiadores utilizan el término “Guerra Hatfield-McCoy”. En el auge de aquel conflicto, un miembro de los Hatfield fue condenado a morir en la horca y otros siete a cadena perpetua por sus participaciones en el asesinato de dos herederos McCoy.
Curiosamente, los matrimonios entre miembros de ambas familias eran algo común (los incomprendidos caminos del amor). En nuestros días, los clanes sostienen encuentros en nombre de la paz.
Una guerra a muerte por los muertos.
En Corea del Sur, la familia Yoon y Shim mantenían una disputa desde hacía 500 años, todo por un trozo de tierra para sus respectivos… cementerios. El conflicto inició en 1614, cuando los Yoon sepultaron a un general de la familia sobre una colina a 40 kilómetros de Seúl, y los Shim empezaron a sepultar a sus muertos en un terreno cercano.
Después, surgió una especie de tradición en la que un clan vandalizaba las lápidas del otro o resolvían los problemas con el asesinato (llevando más muertos al cementerio en disputa). La última tregua la firmaron en 2008.
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