En pleno primer cuadro de Cuernavaca es fácil encontrar historia y tradición. Las historias van y vienen y se convierten en mito, en atisbos de nuestro pasado que se mantienen incólumes en pleno siglo XXI, pasando de boca a oído y de generación en generación.
La Cuauhnahuac de ayer no es la misma que la de ahora, pero en sus edificios, en sus barrios y en su ambiente aún puede respirarse la herencia de siglos, de personajes y de leyendas que dan cuerpo y halo misterioso esta ciudad que se debate entre la modernidad o en la intensión de conservarse como la fundaron los Tlahuicas y la conocieron los españoles.
Cinco siglos acompañan la historia del Puente de Diablo. Entre la primera avenida importante de la colonial ciudad del siglo XVI y el antiguo barrio Miraval, esta construcción revela uno de los primeros esfuerzos de los habitantes de aquél tiempo por concebir una ciudad más moderna, con puentes que atraviesan sus barrancas o con construcciones que devoraban la inmensidad de esta orografía como lo fue el Palacio de Cortés.
La edificación de esta obra de constructores hispanos sólo vino a darle cuerpo a la leyenda que nace a partir de un hecho histórico, poco documentado, pero cuyo nombre simplemente llama a lo sobrenatural, al temor a la contraparte del Dios instaurado por los españoles a través de su importada religión y que claramente quiere recordarnos que cualquier hecho o hazaña podría haber sido auxiliada por el diablo.
Una placa instalada en esta construcción en el año de 1985 hace alusión a los pocos datos que pueden encontrarse para conocer no sólo el hecho que ahí se consumó, sino al propio nombre que a cualquiera hace pensar que ahí es lugar de apariciones oscuras o a influencias demoniacas.
Son cerca de 20 metros de altura los que separan el puente de la profundidad de esta barranca que surca de norte a sur la antigua Cuauhnahuac. Su construcción se avisa primitiva a comparación de las obras de ingeniería de la actualidad, pero no le resta méritos. Entrar a ese lugar, al callejón que le antecede, donde el silencio de pronto hace su aparición y deja de lado el bullicio de la ciudad en actividad, es ubicarse por instantes en otro momento de la historia y sumergirse por segundos en el tiempo en que el lugar era utilizado por caballos y carretas. Hoy es paso obligado de automóviles que rozan las paredes del quimérico puente de piedra revestido de yeso y cemento, llamado también Telpochhuehueco, El Viejo Siempre Jóven.
Las quince horas de un día cualquiera del siglo XVI es la fecha investigada para darle cuerpo a la historia que aun en 2005 es poco conocida.
La placa de mosaico instalada hace referencia a la presencia del conquistador Hernán Cortés en este lugar, acompañado de sus soldados, sin embargo únicamente nutre nuestra curiosidad el siguiente dato: Cortés, montado en su caballo Rucio, atravesó la barranca de un solo salto de aproximadamente cuatro o cinco metros para ponerse a salvo del otro lado.
Esa es la versión del códice municipal de Cuernavaca, mismo que como muchos de nuestras reliquias, se encuentra en el Archivo General de las Indias en Sevilla, España. La versión, la que es leyenda y aumenta esta historia refiere a un Hernán Cortés en plena huída y perseguido junto con sus huestes por guerreros tlahuicas. De no haber saltado con su cabalo y con ayuda extra, quizás su suerte hubiera sido otra, la historia distinta y su vida más corta.
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