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En canciones de Eros Ramazzotti, mesas de cualquier bar o en reuniones académicas, el debate sobre aquello que es bello persiste como un tema latente y polémico. Por ejemplo, el célebre escritor Gabriel García Márquez aseguraba que la belleza no es algo físico, ni tangible. “Una mujer hermosa no es la más joven, ni la más flaca, ni la que tiene el cutis más terso o el cabello más llamativo, es aquella que con tan sólo una sonrisa y un buen consejo puede alegrarte la vida”, plasmó en uno de sus poemas. Y, según un estudio reciente publicado en la revista Current Biology, esos dichos populares como “la belleza está en los ojos del que mira” o frases de cajón como “el amor es ciego” tienen, de hecho, un trasfondo verdadero.
Durante la primera etapa de la investigación, llevada a cabo en las instalaciones del Hospital General de Massachusetts, en los Estados Unidos, los científicos diseñaron una prueba en línea en el sitio Test My Brain y solicitaron a los voluntarios – más de 35 mil personas en total – que otorgaran una puntuación entre 1 y 7 a una serie de 200 rostros, en una escala que iba de poco a muy atractivo. “La primera fase ayudó a reforzar la tesis de que las preferencias físicas de una persona son relativamente predecibles”, nos explica Jeremy Wilmer, del departamento de psicología del Wellesley College y uno de los autores del estudio. “Si solicitamos a dos individuos, que nunca antes se han visto, evaluar los rostros que consideran más atractivos, la tendencia a coincidir en los casos es del 50%”.
Sin embargo, en la segunda etapa de la investigación, el equipo de Wilmer solicitó a 761 parejas de gemelos – de las cuales 547 eran idénticos y 214 no idénticos – que hicieran la misma prueba sobre la atracción de los rostros. Esto tenía como objetivo elaborar una estimación sobre la influencia de los genes y, a continuación, compararla con las preferencias personales de cada uno. El resultado dejó sorprendidos a los científicos, pues las evaluaciones estéticas resultaron diferentes para cada gemelo, pese a que estudios anteriores mostraban que los genes tenían una gran influencia en pruebas de reconocimiento facial. “Las preferencias de un individuo no se basan en factores genéticos o en lazos familiares, sino en experiencias personales”, dice la psicóloga Laura Germine, colaboradora del estudio.
En lo que respecta a las experiencias personales, los científicos las consideran aquellos rostros que marcaron nuestra infancia, como el del primer novio(a), o incluso el de los artistas famosos que vemos a diario en los medios de comunicación. Entre más familiar nos resulta un rostro – nos explican –, mayor es la probabilidad de que lo consideremos bello. Por ejemplo, si tu actriz favorita es Scarlett Johansson, es probable que el concepto que tienes de belleza recaiga sobre un rostro con labios carnosos. “Por eso, incluso entre gemelos idénticos, que comparten todos los genes y crecieron en un mismo ambiente, se presentan opiniones diferentes cuando el asunto es la belleza”, dice Wilmer.
Pero el estudio conducido por Jeremy Wilmer y Laura Germine también dejó algunas cuestiones en el aire. Una es: ¿cuáles aspectos faciales tienen mayor influencia sobre las preferencias estéticas de cada individuo? ¿El tipo de cabello, el color de los ojos, el tamaño de la boca? Para el psicólogo Holger Wiese, de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, en Alemania, los rostros simétricos con rasgos medianos tienden a considerarse más atractivos en detrimento de aquellos que presentan características muy acentuadas, como una nariz prominente o una frente amplia. Mientras que para el psicólogo David Perrett, de la Universidad de Saint Andrews, en Escocia, las características faciales exageradas, como los labios gruesos y los ojos grandes, contribuyen a que un individuo sea considerado bello.
¿Pero, y los aspectos subjetivos como el encanto, la elegancia y la simpatía? Según el psicólogo Benedict Jones, de la Universidad de Aberdeen, en el Reino Unido, el estado de humor tiene influencia, y mucha. En un estudio de 2006 publicado en la revista Proceedings of the Royal Society, Jones reveló que las fotografías de hombres sonrientes, en general, son vistas como más atractivas que aquellas en las que el individuo aparece con un semblante serio.
Y, por supuesto, aquello que se considera un estándar cultural de belleza no siempre se corresponde con la realidad. Un grupo de investigadores de la Universidad de Austin, en los Estados Unidos, eligieron a la dueña del cuerpo más bello del mundo a partir de un análisis matemático. La “afortunada” no es ni Doutzen Kroes, ni Miranda Kerr ni ninguna otra súper modelo (aunque sí es modelo). Con 1.68 metros de altura y pesando 73 kg, la elegida es la británica Kelly Brook, de 36 años. ¿Por qué? Contrario a lo que nos hacen creer las portadas de las revistas de moda, las proporciones de Kelly son consideradas ideales: no es que los números tengan demasiada relevancia en estos temas, pero según el cálculo de los científicos, el cuerpo perfecto de una mujer es aquel en el que la razón entre la medida de la cintura y de la cadera es igual a 0.7. Con Kelly Brook, que tiene 99 centímetros de busto, 63 de cintura y 90 de cadera, el resultado es exactamente 0.7. Por eso hay que pensarlo dos veces antes de encasillarnos con los patrones de belleza que nos han impuesto de forma tan exhaustiva. Con seguridad, sobran personas que encajen con “tu tipo”.
Una brevísima historia de la belleza.
Edad antigua: de las Sátiras de Juvenal salió la cita en latín “Mens sāna in corpore sānō”, que pasó a nosotros como el trillado consejo de salud “mente sana en cuerpo sano”, muy asociado a la belleza y al intelecto durante el periodo grecorromano: los hombres perfectos debían tener cuerpos bien definidos.
Medioevo: bajo el yugo de la Iglesia Católica, la sociedad del Medioevo en cierta forma tomaba distancia de aquellas prácticas para cuidar el cuerpo y la estética, pues se consideraban un pecado según las leyes divinas.
Edad moderna: tras el periodo renacentista, en el siglo XV, se rescata el estudio del cuerpo y del estándar de belleza. Ser una mujer con carne era sinónimo de salud: la estética de la época determinaba que las musas debían tener barrigas prominentes y forma rolliza.
Edad contemporánea: los cuerpos delgados, exhibidos por los medios de comunicación como “ideales”, han tenido sus consecuencias: aproximadamente el 1% de la población mundial sufre de algún trastorno alimenticio, donde el enfermo está obsesionado con adelgazar.
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