La ciudad de Goiânia, capital del estado de Goiás, en Brasil, fue escenario de uno de los peores accidentes nucleares de la historia en el año de 1987. La catástrofe se debió al Cesio-137 y resultó en cientos de personas contaminadas por el isótopo radiactivo y otras tantas consecuencias irreversibles.
El incidente empezó cuando dos jóvenes pepenadores – Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira – ingresaron a las instalaciones del Instituto Goiano de Radioterapia, una clínica que había sido abandonada dos años antes. Ahí se encontraba una unidad de teleterapia, con cesio-137 en el interior.
El día 13 de septiembre de 1987, el par de chatarreros cargó la unidad de teleterapia sobre una carretilla y se dirigieron a la morada de dos Santos, a aproximadamente medio kilómetro de distancia. Una vez allí procedieron a desmantelar el dispositivo y se encontraron con la cápsula radiactiva. Se trataba de un diminuto dedal radiactivo de cloruro de cesio, contenido dentro de una carcasa de acero y plomo con una ventana de iridio.
Cuando extrajeron la cápsula de la carcasa de protección, la radiación gamma emitida a través de la ventana de iridio generó malestar en los hombres un par de días después. Ignorando por completo la gravedad de su estado, ambos creyeron que se debía a algo que habían comido. Después de 16 días el “brillo de la muerte”, como pasó a ser conocida la sustancia, se había cobrado la vida de cuatro personas, además de contaminar a cientos.
En dos semanas, aquel pequeño contenedor de 51 milímetros de diámetro y 48 milímetros de largo provocó uno de los mayores desastres nucleares en la historia. Oficialmente solo cuatro personas murieron por la exposición a la radiación. Pero, según estimaciones de la Asociación de Víctimas de Cesio-137, el número de víctimas es mucho mayor y llega a las 80.
La contaminación.
A los cinco días del desmantelamiento del dispositivo, las piezas fueron vendidas a Devair Alves Ferreira, el dueño de una chatarrería ubicada en Setor Aeroporto, también en la región central de la ciudad. Aquí, la cápsula fue totalmente abierta y Devair constató que el material poseía un extraño brillo azul intenso y lo llevó al interior de su hogar.
Devair, su esposa Maria Gabriela y otros miembros de la familia también empezaron a presentar síntomas de contaminación por radiación, sin siquiera imaginar lo que tenían en casa. Todos continuaban fascinados por el brillo del material. Entre el 19 y 26 de septiembre, la cápsula con Cesio-137 fue presentada a varias personas que pasaron por la chatarrería y también por la casa de la familia.
Ivo, el hermano de Devair, usó el polvo para pintarse una cruz brillante sobre el abdomen. Este mismo hombre extrajo todo el polvo de la fuente, a escasos metros de su hogar, y lo regó por el suelo.
La primera víctima en sucumbir ante los efectos de la radiación fue la pequeña Leide das Neves Ferreira, de seis años de edad. Se convirtió en el símbolo de esta tragedia y murió después de maravillarse por aquel polvo radiactivo que brillaba durante la noche en el suelo.
La niña se preparó un sándwich después de jugar con la novedad y terminó ingiriendo, accidentalmente, partículas del polvo mezcladas con la comida. Sucedió lejos de los ojos de su madre, Lourdes das Neves Ferreira.
Gabriela Maria Ferreira fue la primera en notar la relación entre el polvo luminiscente y los enfermos del entorno. El 28 de septiembre se dirigió en autobús al hospital con un empleado de la chatarrería, tuvo la precaución de llevar fragmentos del polvo en una bolsa plástica. Allí se percataron por primera vez del peligro de la fuente. Gabriela falleció el 23 de octubre.
Las otras dos víctimas fueron Israel Baptista dos Santos, de 22 años, empleado del desguace que trabajó con la fuente radiactiva para extraer el plomo y murió el 21 de octubre de 1987. Admilson Alves de Souza, otro empleado del desguace de 18 años, murió el 18 de octubre de 1987.
Para el 30 de septiembre, los técnicos de la Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEN) y la policía militar iniciaron el proceso de descontaminación del área. Monitorearon a más de 100 mil personas, de las cuales 129 estaban gravemente contaminadas.
Los riesgos.
Según los expertos, el riesgo de contaminación en Goiânia quedó prácticamente extinto. Si se compara el resultado actual con el de aquella época, la diferencia en la radiación es casi mil veces menor.
Alrededor de 6 mil toneladas de basura radiactiva fueron recogidas en Goiânia después del accidente. Todo este material bajo sospecha de contaminación fue conducido a una unidad del CNEN en Abadia de Goiás, en la Región Metropolitana de la capital, donde fue sepultado.
A casi 30 años de la tragedia, se estima que los residuos han perdido la mitad de la radiación. Sin embargo, el riesgo total debe desaparecer en un periodo de al menos 275 años.
Muchos de los trabajadores encargados de la descontaminación de Goiânia sufren los efectos a largo plazo por la exposición a la radiación.
Referencias:
Reporte Radiológico del Accidente en Goiania.
El artículo El accidente con Cesio-137 en Goiânia, Brasil fue publicado en Marcianos.
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