Es duro admitir que algo nos afecta y, todavía más difícil, hacer una introspección y darnos cuenta que no tenemos por qué tomarnos todo tan en serio. Vivimos un tiempo donde se promueve el desapego y, por eso, el primero que muestra sus emociones es considerado un ser humano débil.
Por esto es común encontrarnos utilizando escudos emocionales para que nada pueda traspasar y herirnos. Sin embargo, cuando nos llenamos de tantas barreras, al final, nos damos cuenta que no estamos para nada protegidos, sino muy solos del otro lado del muro.
No existe nada más agobiante que estar con alguien que insiste en protegerse de ataques imaginarios. Cada instante es una guerra. Tener que elegir cuidadosamente las palabras, toda vez que cualquier frase mal interpretada es vista como un bombardeo. ¿En qué momento el amor se convirtió en este campo de batalla?
No hay forma de iniciar una relación y seguir haciendo todos esos jueguitos. No dura y desgasta. Los detalles y el encanto del amor se pierden entre los incesantes tiroteos. Lo que antes provocaba una sensación de mariposas en la barriga y ansiedad, tras un tiempo se convierte en suspiros pesados e impaciencia. Nadie quiere tener a su lado a una persona que lo hace ir a dormir todos los días con la amarga sensación de que ha fracasado.
Debemos entender que dos personas jamás alcanzan la paz juntos si no saben conversar. Y digo conversar en el sentido más legítimo de la palabra. Nada de indirectas y frases imprecisas. Esa típica historia de “si me amaras de verdad, sabrías por qué estoy así” no es real. Nadie está obligado a saber lo que el otro piensa, por lo que jamás se debería exigir que un silencio sea comprendido.
Todo puede ser mucho más simple. Si se siente una falta, basta con decirlo. No hay por qué alejarse hasta que la otra persona note que estás distante y decida hacer algo. Todo ese tiempo de espera no hace más que aumentar la agonía y, posiblemente, alejar aún más a quien estaba a tu lado. No se requiere de toda esa estrategia. No hay que organizar un plan de combate. ¡No! Basta con decirlo. Hacer eso de lo que tienes ganas independientemente de si te hace vulnerable o no. Por eso, en épocas de desapego, aquellos que deciden mostrar sus sentimientos son revolucionarios, no débiles.
Dejemos todas esas municiones en el suelo. Estamos a tiempo para ser sinceros con nuestros sentimientos y escapar de todas esas barreras que construimos. Debemos, hoy más que nunca, aplacar nuestras tormentas internas y dar paso a esa calma que solo un abrazo puede ofrecer. Sin juegos, sin impases y, principalmente, sin transformar aquello que es tan simple en misiones condenadas al fracaso.
Fin del juego.
El artículo Los que juegan siempre pierden fue publicado en Marcianos.
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