Los idiomas son entidades puramente orgánicas. Cada uno posee su propia complejidad y versatilidad, dos características que evolucionan de forma constante para adaptarse a las necesidades de aquellos que los utilizan. Cuando un fenómeno político, social o cultural crea una brecha en determinado idioma, sus hablantes se valen de la creatividad y habilidades para resolver problemas a fin de generar una solución. Esos cambios en el idioma se propagan rápidamente y con frecuencia lo hacen de forma intuitiva.
Otro ejemplo de influencia de la creatividad en un idioma acontece cuando los niños inventan sus propios idiomas; sin embargo, cabe aclarar que estos no son idiomas en el sentido más amplio del concepto. Generalmente son simples y están basados en estructuras y/o vocabularios de idiomas que los niños ya conocen. Además, generalmente funcionan más como códigos para comunicarse en secreto que como otra cosa.
Pero, en al menos un caso, un grupo de niños fue capaz de inventar de forma totalmente espontánea un nuevo idioma a partir de la necesidad. Estos niños de los que hablamos eran sordos, analfabetas y habían estado desprovistos de las habilidades lingüísticas más elementales. Pese a esto fueron capaces de estructurar un complejo método de comunicación que utilizaron entre sí. El Idioma de Señas Nicaragua o Idioma de Signos Nicaragüense (ISN) es un fenómeno lingüístico único y notable en la historia contemporánea.
Tras la revolución sandinista en 1979, en Nicaragua se dio inicio a un programa para niños que padecían sordera en un centro de educación especial como parte de la estrategia nacional para incrementar sus índices de alfabetización. En 1980 se inauguró una segunda escuela, y ya para 1983 las dos escuelas educaban a cuatrocientos estudiantes.
Pero lograr progresar en la alfabetización de estos niños resultó difícil. No tenían acceso a ninguno de las decenas de sistemas de señas establecidos en el mundo; en su lugar, a los estudiantes se les instruyó en la lectura de los labios y el alfabeto dactilológico. Pero los niños parecían retener muy poco de lo que aprendían, especialmente porque los estudiantes no tenían ninguna habilidad en el lenguaje, las letras dibujadas para sus dedos no significaban nada para ellos.
Esto no representó ninguna sorpresa. Previo a estos intentos de enseñarles a comunicarse, los niños sordos nicaragüenses habían estado interactuando con sus respectivas familias a través de idiosincrásicos y rudimentarios sistemas de gestos, o mímica. Esto significaba que los niños sordos pertenecientes a distintas familias no tenían forma de entenderse entre sí, reduciendo su amistad a una mera formalidad.
Pero se generó un fenómeno interesante una vez que los niños empezaron a participar en el ambiente del grupo escolar. Los pequeños empezaron a elaborar nuevas mímicas y a asimilar las de los otros, por lo que el sistema creció de forma exponencial. Los asombrados maestros fueron testigos de la forma en que sus alumnos empezaron a comunicarse con éxito entre sí. Esto era mucho más que un “código secreto” basado en un lenguaje existente, estos niños habían inventado toda la estructura del ISN junto con un vocabulario. En cierta forma, se enseñaban a sí mismos a usar el lenguaje de una forma general.
Cuando el Ministerio de Educación de Nicaragua tomó cuenta de la existencia del ISN, sus miembros se mostraron desconcertados, por lo que solicitaron la asistencia de una especialista en lenguaje de señas, Judy Shepard-Kegl, proveniente de la Universidad de Northeastern en Boston. Totalmente intrigada, Judy se embarcó en un viaje a Nicaragua para documentar y examinar el incipiente lenguaje. Empezó interactuando directamente con los adolescentes sordos en una escuela vocacional. En ese primer intento descubrió el significado de algunas de las señas más simples – como “casa” y “¿qué pasa?” – pero el resto de la comunicación la dejó verdaderamente confundida. Frustrada, Judy se dirigió a una escuela para niños de menor edad.
La diferencia entre el idioma de los niños y el de los adolescentes era asombrosa. Los hablantes más jóvenes del ISN solían incluir una mayor cantidad de sutilezas – por ejemplo: el verbo, el género y la ubicación del sujeto solían indicarse en la conjugación de los verbos. Evidentemente los niños empleaban el idioma a un nivel mucho más fluido que los adolescentes, un descubrimiento que coincidió con la teoría del “periodo crítico” en la adquisición del lenguaje.
De forma general, la idea del periodo crítico postula que los niños más pequeños son capaces de absorber y dominar más rápidamente nuevos idiomas hasta los seis años. Esta capacidad se reduce de forma drástica hasta los doce años, momento a partir del cual la adquisición de un nuevo idioma adquiere un mayor esfuerzo.
Especificamente hablando del ISN, Kegl sugiere que los gestos intercambiados por los estudiantes más grandes fueron asimilados por los más pequeños como el idioma de entrada. Los niños más pequeños aprendieron los gestos y de forma natural fueron añadiendo nuevos, esto con el objetivo de satisfacer las lagunas lingüísticas que iban encontrando en el desarrollo de la comunicación.
Este factor permitió que el ISN se convirtiera en un idioma, más allá de un mero conjunto de signos. En este punto los adolescentes aprendían ISN de los más pequeños, su utilización con un menor grado de fluidez era semejante a cualquier adquisición de otro idioma a una edad adulta. Evidentemente, era plausible que el idioma cambiara con el tiempo, pero se había desarrollado lo suficiente como para que el proceso no fuera diferente a los cambios graduales que sufre el resto de los idiomas.
Kegl fundó, junto a su esposo, dos escuelas experimentales: la Escuelita de Bluefields y la Escuelita de Condega. El objetivo era enseñar y seguir analizando el ISN de forma directa. Los maestros de las escuelas tuvieron cuidado de no introducir elementos pertenecientes a otro lenguaje de señas, algo que probablemente hubiera contaminado el desarrollo del ISN.
Las implicaciones de un idioma creado de forma espontánea son numerosas: lingüistas destacados como Noam Chomsky y Steven Pinker interpretaron el nacimiento del ISN como una evidencia que apoya sus respectivas teorías de que los seres humanos tienen una capacidad innata para desarrollar un lenguaje complejo. Por supuesto que no sería nada ético llevar a cabo un experimento donde un grupo de niños creciera por su cuenta en un ambiente aislado para ver si desarrollan un idioma, pero las circunstancias en que nació el ISN se asemejan a eso.
Otros investigadores prominentes, como William Stokoe, creen que el desarrollo del ISN pudo haber sido catapultado por la limitada exposición de los niños al español y otras formas de señas.
Como haya sido, resulta asombroso que un idioma tan elaborado haya nacido de la improvisación y el refinamiento por un grupo de niños que nunca había leído o escuchado una palabra en su vida. El ISN es un testimonio contundente de la ambición natural de la mente humana por expresar ideas complejas, incluso frente a obstáculos enormes.
El artículo La creación de un nuevo idioma en Nicaragua fue publicado en Marcianos.
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