Estoy realmente sorprendida por la cantidad de personas a las que les gusta leer sobre las cosas extrañas que me han sucedido en el trabajo, y lo más gratificante es que desean seguir leyendo. Me he estado preguntando si debía compartirles la historia de Elizabeth. Honestamente, llegué a la conclusión de que es demasiado extraña como para guardármela.
Liz, que es la abreviatura más común para Elizabeth, iba a la escuela con uno de los hijos de mi colega de trabajo. Recuerdo su nombre siendo mencionado en los documentos unas pocas semanas después del incidente. Se había graduado durante la primavera y estaba lista para asistir a la Universidad de Ohio en otoño. Pasó sus vacaciones de verano como niñera de los pequeños del vecindario. La noche que llamó solicitando ayuda fue la del 17 de julio de 2014. Lo que sea que le haya pasado me dejó con muchas interrogantes.
– Despachadora. Habla Tarah. ¿Cuál es su emergencia?
– “Hay alguien en la casa”.
Susurraba, su voz temblaba mientras intentaba explicar la situación.
– ¿Cuál es su dirección?
– La dirección es 4648 de la calle Lincoln. Mi nombre es Liz Massey. Hay niños en la casa.
– ¿Puede salir de forma segura de la casa?
– Estamos intentando salir ahora.
Hasta ese momento, mantenía la calma.
– ¿Sabe el número de personas que hay en la casa?
– Suena como si fueran dos o tres. Entraron por la ventana superior. Creo que fue por una de las habitaciones de los niños. Escuché cuando rompieron el cristal. Soy la niñera. Tengo dos niños conmigo. Por favor, dense prisa.
– Tengo a los agentes en camino en este momento.
– Están en el segundo piso. Vamos chicos. Quédense conmigo. Llamaremos a sus padres en un minuto. Necesito que se queden callados. Todo va a estar bien.
– ¿Podría proporcionarme una descripción del intruso? ¿Hay armas en casa?
– Shh… está bien niños. Sostén la mano de tu hermana y manténganse atrás de mí. No… no, no sé si hay armas en la casa. No sé lo que estén buscando. Puedo escucharlos caminar. Están justo encima de nosotros. Están en la sala de arriba.
– ¿Ha logrado salir de casa?
– Estamos en el vestíbulo, vamos hacia la puerta trasera en la cocina. Vamos niños. Manténganse junto a mí. Guarden silencio y agáchense. Shh…
– Por favor, avíseme cuando logre salir. Diríjase directamente a la casa de un vecino o a un sitio seguro tan pronto como le sea posible. Hay un par de agentes en camino.
Ella consolaba a los niños. Podía escuchar la confusión de sus voces. No podían comprender lo que estaba sucediendo, pero su miedo iba en aumento.
– Estamos en la cocina. Agáchense. Síganme. Vamos Hope, mantente cerca. Estaremos afuera en un segundo.
Escuché el ruido del picaporte por los auriculares.
– Maldición. ¡No! Maldita sea… no, no, está bien niños. Guarden silencio. Estaremos bien.
Ella forzó el picaporte una vez más. Los niños empezaron a llorar y Liz entró en pánico.
– ¿Logró salir de la casa?
– La puerta está atascada. Es como… el perno… está fundido. No lo entiendo. Maldición. Maldición.
Podía escucharla mientras luchaba contra la manija de la puerta, intentando forzarla para lograr abrirla. Su voz se quebró.
– Por Dios, están bajando las escaleras… muy bien Cody, mírame. ¡Mírame! Quiero que Hope y tu salgan por la puerta del perro. Tan pronto como lleguen a la calle, vayan al frente hasta la casa del Sr. Gregory. No se detengan. No sueltes la mano de Hope. Yo no entro, pero estaré bien. Estaré justo detrás de ustedes. Los veo en un minuto. Corran. ¡Corran!
Los escuché pasando a la fuerza a través de la puerta del perro. Los niños no querían irse sin ella. Liz les gritó.
– ¡CORRAN!
Escuché cuando el teléfono golpeó contra el piso. Tropezó. Se arrastró para tomar el teléfono e inmediatamente después empezó a correr para atravesar la casa. Las puertas se cerraban detrás de ella, lloraba mientras corría.
– ¿Liz?, ¿Dónde estás Liz? Los oficiales casi están ahí.
Se escuchó otro portazo. Podía oír mientras buscaba a tientas y las cosas empezaron a caer a su alrededor. Su respiración era muy pesada. Ella gemía.
– Estoy en el armario. Por favor, dense prisa. No quiero morir.
– Necesito que te calmes. Quédate donde estás. La policía está a tan solo una cuadra. Respira despacio.
Estaba llorando. Desesperadamente intentaba tranquilizarse un poco. Sollozó. Su voz apenas era audible.
– Están en la habitación.
– Los oficiales están justo afuera de la casa Liz. Solo espera.
Se quedó en silencio.
Los segundos pasaban lentamente. Ella empezó a hiperventilar, aterrada por lo que estaba del otro lado de la puerta. Escuché el crujido de la manija de la puerta cuando el armario se abrió lentamente. Hubo un sonido fuerte y estridente. Jamás había escuchado algo así antes. Era ensordecedor.
Después un grito espeluznante, seguido de un silencio sepulcral.
– ¿Liz? ¿Liz, sigues ahí? ¡Háblame Liz!
Por los auriculares pude escuchar cuando la puerta principal era derribada. Los oficiales buscaron en cada habitación. Se acercaban al armario donde Liz se había escondido. El grito fue lo último que se supo de ella.
Un oficial ingresó a la habitación. Escuché mientras abrían y cerraban las puertas, buscando y llamando a Liz.
Pude oír cuando la puerta del armario se abrió de nuevo. El oficial dio arcadas y empezó a vomitar. El agente gritó pidiendo apoyo. Había pavor en sus voces, y sabía lo que eso significaba. Liz estaba muerta. Los oficiales se encontraban en el lugar. Tenía que finalizar la llamada. No había nada más que pudiera hacer.
No supe lo que pasó con Liz hasta unas semanas después. Supuestamente el informe forense indicó que había muerto por asfixia… probablemente por un incendio repentino.
El informe de los agentes apuntaba que no había evidencia de que alguien más estuviera en la casa. Tampoco habían roto ninguna ventana en la planta superior, nada parecía fuera de lugar. Lo único extraño eran las perillas de las puertas principal y trasera de la casa. Los cerrojos parecían haber sido fundidos. Casi como si alguien hubiera metido una pequeña varilla metálica incandescente por el ojo de la cerradura para fundir toda la mecánica interna y atascarlos. Lo único que los oficiales escucharon esa noche fueron los gritos de Liz. Los niños fueron localizados sanos y salvos en la casa del vecino. Dijeron que alguien había entrado a casa esa noche, pero nunca vieron quién.
El informe oficial señalaba que su cuerpo estaba cubierto por quemaduras de segundo y tercer grado. Cuando encontraron el cadáver, sus brazos estaban atascados frente a su cara, en un intento por bloquear al atacante. Nada más se quemó. Nada en ese closet, ni siquiera su ropa y cabello.
El término “combustión espontánea” se había considerado como una explicación durante uno o dos meses después del incidente, pero para mí aquella idea parecía muy ilógica. Incluso si era posible, aún restaba la declaración de los niños sobre los intrusos, que escucharon cuando rompieron la ventana. ¿A dónde fueron? ¿Por dónde ingresaron? Pasaron tan solo unos segundos entre el grito de Liz y la irrupción de los oficiales a la casa. ¿Cómo podrían haber escapado? ¿Cómo salieron sin que nadie los viera? Nada tenía sentido.
Eventualmente los rumores perdieron fuerza junto con el interés en el caso de Liz. Nunca se volvió a replantear… hasta hace unos meses.
Esta vez fue una familia entera. Yo no tomé la llamada, pero quizá pueda preguntar quién lo hizo. Según lo que escuché, la historia siguió casi la misma línea: alguien entró y las víctimas no pudieron salir. Todos quemados. Todos congelados. Sus manos sobre su rostro intentado protegerse del atacante, o protegiendo a los niños. Al igual que antes, nada más se quemó con excepción de su piel. La causa de la muerte también fue la asfixia provocada por un incendio.
Esto no puede ser una coincidencia, ¿verdad?
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