Hace unos días veía una película en la televisión, en un diálogo entre dos de los personajes, uno de ellos preguntaba: “¿amabas a tu madre?”, a lo que el otro respondía: “sí, la amaba. Pero no me gustaba estar a su lado”. En ese momento me pareció algo extraño. Pero después comprendí y me convencí de que es posible amar a alguien y, al mismo tiempo, no gustar de esa persona. Gustar implica placer. Y no siempre el amor es placentero. En ocasiones puede ser sufrido, triste o un amor sobrecargado.
Por ejemplo, en el caso de una relación entre madre e hijo, o entre hermanos, quizá amar sin gustar de la persona es algo posible, pues en determinado momento terminas sin la obligación de convivir diariamente, y el amor acaba sobreviviendo, e incluso puede aumentar su calidad cuando se mantiene una distancia segura y necesaria. Sin embargo, esto no funciona cuando se piensa en alguien con quien se quiere construir una historia de vida, de amistad, alguien con quien deseas construir un proyecto de vida. En este caso, el amor solo tiene sentido si está acompañado del gusto, del placer de estar cerca, de convivir, de compartir.
Siempre le pedí al destino que me librara de esos amores sobrecargados, llenos de exigencias e inseguridades. ¿De qué sirve un amor que nos quita libertad, que nos aleja del mundo? ¿Cuál es la utilidad de un amor triste? ¿Para qué sirve un amor que limita, que domina, que enfada? Los amores de este tipo absorben la energía de las personas. Abruman. Las personas terminan perdiéndose, sofocadas por una montaña de “pequeños detalles” que se amontonan sobre nosotros, una montaña de basura y polvo que poco a poco nos va escondiendo de nosotros mismos, hasta que termina llevándose la espontaneidad. El amor así, muere por falta de aire.
Tener a alguien que te haga suspirar de pasión es demasiado bueno, pero eso no suele durar demasiado. No apuestes todo lo que tienes solo a esto. Alguien que te deje exhausto a la hora del sexo también es perfecto, pero en determinado momento eso también perderá importancia. Busca a alguien que por encima de todo te proporcione felicidad. Mantén a tu lado a alguien que esté más interesado en saber cómo estás que en dónde estás. No busques a alguien sin defectos, sino a alguien cuyos defectos, aunque irritantes en determinados momentos, seas capaz de soportar y hasta reírte de ellos de vez en cuando.
Amor es libertad y alegría. No tiene ningún sentido caminar junto a alguien que te aparta de ti mismo. Lo que queremos de esta vida es sentirnos libres. Esa es la única receta para ser feliz por siempre y en cualquier lado. Si yo pudiera influir en mis seres queridos, si solo se me permitiera darles un único consejo, yo les diría: más que un amor tranquilo, busca la suerte de un amor que te haga reír.
Elige para tener siempre a tu lado a una persona que te haga reír. Enamórate de alguien que te arranque buenas carcajadas. Alguien que despierte en ti la alegría. La bendita y esencial alegría de vivir. Alguien que más allá de amar, disfrutes tener cerca. Alguien que te despierte una sonrisa viva y brillante, por lo menos una vez al día. Pues ni siquiera el más grande amor resiste la falta de una sonrisa espontanea, de una alegría inesperada. Por mucho que ames a alguien, si juntos no construyen la alegría en su día a día, ciertamente el amor no resistirá.
Debes ser, para el otro, alegría. Conserva un amor que más que llevarte al borde del abismo, anhele salir de ahí junto contigo. Cultiva un amor que te quiera libre. Pues si sientes libertad, tienes alegría… y solo así se puede ser feliz.
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