La apacible ciudad de Aschaffenburg, en Alemania, vio nacer a Hans Johannes Schmidt en el año de 1881. Desde temprana edad, Schmidt dejó en claro sus deseos de convertirse en un sacerdote cuando, a manera de broma, se disfrazaba y pretendía celebrar misas en el patio de la casa.
Su madre apoyaba sus primeros pasos en el mundo religioso, y llegó a confeccionarle una sotana blanca como la utilizada por los Testigos de fe. Por eso, no fue ninguna sorpresa cuando Hans ingresó al seminario apenas llegó a la adolescencia. Pero, predicar la palabra del todopoderoso no era la única pasión de este joven. Solía ir a perder el tiempo en el matadero de la ciudad, observando el sacrificio de los animales. Mucho tiempo después se supo que Hans sentía placer cuando observaba escenas violentas.
Un sacerdote problemático.
Se ordenó como padre apenas a los 25 años y fue enviado a una iglesia de la región. Sin embargo, inició con el pie izquierdo: tenía conflictos con sus superiores y fue trasladado a otra iglesia, situación que se repitió al menos en cuatro ocasiones.
En la cuarta iglesia a la que sirvió, Hans fue acusado de falsificar documentos y lo llevaron frente a un tribunal. Sin embargo, el juez se dejó convencer por los pretextos del joven padre, que aseguró tener problemas psicológicos. El único castigo que recibió fue la suspensión para ejercer el sacerdocio.
Con el apoyo de sus padres, y el dinero que había extorsionado a los fervientes seguidores de la fe, Schmidt decidió buscar nuevos aires y se mudó a Kentucky, en los Estados Unidos. Presentando una serie de cartas de recomendación falsas, logró instalarse en una parroquia de la zona.
El amor prohibido de Hans Schmidt.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes que el comportamiento conflictivo de Hans quedara al descubierto y tuviera que ser transferido a otra iglesia, esta ocasión en Manhattan, Nueva York.
Fue a través de estas circunstancias que conoció a Anna Aumüller, una joven de 21 años que laboraba en el lugar. Había llegado desde Austria buscando una mejor oportunidad de vida. Sin importarles que se tratara de un comportamiento prohibido, ambos se involucraron sentimentalmente.
La pareja mantuvo una relación clandestina durante años, hasta que finalmente fueron descubiertos. Anna fue despedida y Hans, una vez más, transferido a otra iglesia. Pero la distancia no resolvió nada, ambos querían demostrarle al mundo que para el amor no existen impedimentos. Decidieron contraer matrimonio, y el propio Hans se encargó de la ceremonia improvisada.
En 1913, Anna Aumuller quedó embarazada e inmediatamente le comunicó la noticia a su esposo. Sin embargo, Hans Schmidt no recibió esta noticia de la mejor forma pues, aunque ocultar un matrimonio era algo fácil, un hijo era algo totalmente aparte.
Un homicidio a sangre fría.
En un acto totalmente artero y criminal, el día 2 de septiembre Hans ingresó al departamento donde vivía con Anna y la decapitó con un enorme cuchillo de cocina. El sacerdote también se tomó la molestia de descuartizar a su esposa, envolver las partes en sábanas y arrojarlas al río Hudson.
Tres días después de aquel atroz asesinato, un par de jóvenes que recorrían los márgenes del río observaron una sábana flotando en la superficie del agua y, movidos por la curiosidad, decidieron sacarla para revisar su contenido. Tras descubrir que se trataba de un cadáver humano cercenado, avisaron a la policía. Pronto, los oficiales supieron que se trataba de una mujer embarazada de aproximadamente 30 años.
Cuando se investigaron estas sábanas localizadas en el río, la policía logró dar con la fábrica que las había confeccionado. Gracias a que los bordados eran únicos, supieron el nombre de la persona que las había adquirido: Anna Aumüller.
Cuando acudieron al apartamento de la víctima, la policía encontró múltiples manchas de sangre esparcidas por el suelo y las paredes. Fue el propietario del condominio quien corroboró a los oficiales que Anna vivía en ese lugar y se había casado hacía poco.
También descubrieron que el último empleo de la mujer había sido en la iglesia St. Boniface. En la iglesia, los encargados informaron a la policía que Aumüller había sido despedida por involucrarse sentimentalmente con un padre, mismo que en ese momento se encontraba en Manhattan.
Hans Schmidt acorralado.
Hans Schmidt no soportó la presión y terminó entregándose a la policía. No sólo se declaró culpable por el homicidio, sino que además proporcionó detalles sobre sus falsificaciones, entre las que se incluía un diploma de medicina, profesión que ejercía sin permiso ni instrucción.
Hans intentó fingir desórdenes psicológicos una vez más frente al tribunal. La opinión del jurado quedó dividida: una mitad solicitaba un castigo con todo el rigor de la ley, mientras que la otra parte no aceptaba la idea de condenar a un sacerdote, convencidos de que realmente era afectado por una enfermedad mental.
El juez, ante la evidencia de todos los crímenes cometidos por Hans Schmidt, lo condenó a la pena capital. El 18 de febrero de 1916, en la prisión de Sing Sing, Hans murió electrocutado en la silla eléctrica. Es el único sacerdote condenado a muerte en la historia de los Estados Unidos hasta la fecha.
Un asesino serial.
La policía también llegó a descubrir una vivienda secreta del sacerdote, una guarida donde almacenaba una máquina para falsificar billetes y una serie de manuscritos con planes para cometer asesinatos en serie.
En una iglesia de Louisville, donde Hans había pasado un corto periodo de tiempo, se encontró el cuerpo desmembrado de una niña de 9 años, cuyo cuerpo había sido incinerado pero antes sufrido un intento de desmembramiento. En aquella época, otro caso que todavía no había sido resuelto, se relacionó con el padre: una niña fue encontrada muerta cerca de la casa de Hans.
El número de personas que Hans Schmidt pudo haber asesinado fácilmente lo convertiría en un asesino serial, pero esa es una cuestión que nadie pudo resolver.
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