Somos los primeros en responderte. Somos la línea de vida a la que tratas de aferrarte cuando levantas el teléfono. Somos la voz de la razón, los instructores, los terapeutas, los simpatizantes. Somos hermanos, hermanas, amigos y familia. Somos la voz que escuchas cuando marcas 911.
Trabajo como despachadora desde hace seis años y también soy paramédico voluntaria los fines de semana. Linda y yo hemos estado aquí desde hace mucho. Este trabajo te pasa factura rápido y la mayoría de las personas no duran ni un año. Debes aprender a “apagarte” cuando se termina el turno. Tienes que aprender a dejar la angustia y la ira sobre el escritorio cuando se termina el día. Debes ir a casa con tu familia y no puedes llevar toda esa oscuridad contigo.
He escuchado cantidad de horrores inimaginables. He escuchado tus gritos de auxilio. Tu voz haciendo eco contra las paredes del baño donde te encerraste para protegerte del esposo violento. Lo he escuchado golpeando la puerta, sus palabras mal pronunciadas y su ira en ascenso.
He escuchado cuanto te llama. Te he escuchado mientras vacías tu corazón en mí; una voz sin rostro en el otro lado de la línea. Ha abusado de ti desde que tenías seis. No merecías sentir esta falta. No merecías sentir esta soledad. Nadie más sabía tus razones excepto yo. Te dije que me importaba. Te dije que podríamos ayudarte. Me agradeciste por escuchar. Los paramédicos llegaron tres minutos después que saltaste.
Debes aprender que no es mucho lo que puedes hacer. Sin oscuridad no hay claridad. Nosotros somos velas en la oscuridad, solo tienes que llamar.
Trabajo en el turno de la noche, y he estado así desde hace año y medio. Las peores llamadas parecen recibirse durante la noche. Las he escuchado todas. He aprendido a dejar esas historias sobre mi escritorio cuando vuelvo a casa. Sin embargo, algunas se niegan a abandonarme.
Ella se llamaba Emma. El nombre de su hermano era David.
En donde vivimos, nos encontramos en los límites exteriores de Tornado Alley, una zona propicia para la formación de tornados. Durante mis seis años, solo hemos tenido tres que han causado un daño de consideración. El peor tuvo lugar el año pasado.
Recuerdo que esa noche estaba totalmente clara. En total sumábamos cuatro despachadores en piso: Will, Donna, Lilly y yo. Recuerdo que esa noche hacía frío. El canal del clima indicaba que había una tormenta camino a nosotros y probabilidad de tornado, por lo que nos preparamos.
El tornado tocó tierra a las 11:34 p.m. Su llamada ingresó a las 11:27 de la noche.
– Despachador. Habla Tarah. ¿Cuál es su emergencia?
– ¿Puedes decirle a mamá que venga a casa?
Su voz era tímida. Parecía insegura de sí misma.
– Mi nombre es Tarah. ¿Cómo te llamas?
– Emma. Ella debe volver a casa ahora. David está llorando.
– ¿Cuántos años tienes Emma? ¿Sabes cuál es tu dirección?
– Tengo seis. David tiene cuatro. No le gusta todo este ruido. ¿Puedes decirle a mamá que venga ahora?
– Cariño, voy a hacer todo lo que pueda por ti. ¿En dónde vives? ¿Cómo se llama tu mamá?
– Se llama Amy Parker. Vivimos en seis… dos… nueve de la calle Mable. Quiero que venga a casa ahora.
– ¿Emma, sabes dónde está tu mamá justo ahora? ¿Está papá contigo?
– Papá murió el año pasado. Mamá está con Darryl esta noche. Suelen ir juntos a muchas citas. David no deja de llorar.
– ¿Estás sola? ¿Hay algún adulto con ustedes?
– David está conmigo. Es mi hermano. Tiene cuatro años.
– Muy bien cariño, estoy enviando a un oficial de policía para que te ayude. Estará contigo en diez minutos pues está un poco lejos. No te asustes. Me quedaré contigo al teléfono hasta que llegue.
– Bien. ¿Crees que pueda traer a mamá con él? No sé cómo hacer que David deje de llorar.
– ¿David está herido? ¿Por eso está llorando?
– No. No le gusta la oscuridad. Le di mi linterna, pero quiere a mamá.
– ¿Por qué está oscuro? ¿No funcionan sus lámparas?
El suministro eléctrico se había ido en algunos puntos de la ciudad debido a la tormenta.
– Se apagaron. Regresaron pero después se apagaron muy rápido y ahora está oscuro.
– Muy bien. Todo estará bien. Por qué no tomas su mano y le cantas mientras intento localizar a tú mama, ¿de acuerdo? Vas a escuchar silencio durante un minuto, pero aún estoy aquí y puedo escucharte, así que si necesitas ayuda, solo háblame, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
La escuché cantarle en voz baja a su hermano. Cantaba “Si las gotas de lluvia”.
Obtuve toda la información que pude sobre la madre de Emma. Había demasiada: prostitución, conducción en estado inconveniente y múltiples cargos por posesión de narcóticos. También había reportes antiguos de que dejaba solos a sus hijos en casa. ¿Por qué aún conservaba la custodia?
Afuera empezaba a llover con fuerza. Podía escuchar la lluvia golpeando contra el techo como pequeñas canicas sobre una hoja de metal. Pude escuchar el trueno por los auriculares. Los niños gritaron.
– Emma, Emma, todo está bien. Solo es un trueno. ¿Están en el interior de la casa?
– Sí. No me gustó. Quiero que mamá venga a casa. ¿La encontraste?
– No cariño, pero lo haré. Está bien tener miedo. Estoy aquí y encontraremos a tu madre.
Parecía un poco aliviada. Mi corazón se rompió. Seis años de edad y verse obligada a sentarse bajo una horrenda tormenta con su hermano pequeño mientras su madre está haciendo Dios sabe qué.
– ¿Qué es ese ruido? ¿Es el oficial de policía?
Revisé el monitor. El oficial Johnson todavía estaba a cinco minutos de distancia.
– ¿Qué ruido? ¿Cómo suena?
– Suena como, Wheeeeeeeeeeer! Wheeeeeeeeeeer!
Justo cuando empezó a explicar lo que escuchaba, mi pantalla empezó a parpadear.
¡ALERTA DE TORNADO!
El oficial Johnson llamó. Podía ver el tornado. La fuerza del viento lo había obligado a salir del camino. No podía seguir avanzando.
– ¿Emma? Emma. Ese sonido significa que un tornado viene en camino. Necesito que vayas al baño ahora. Lleva a David contigo. Necesito que te metas en la bañera. ¡Anda!
– David. Ven acá. Mamá estará aquí en un minuto. Debemos ir al baño.
La escuché dejar caer el teléfono mientras llevaba a su hermano al cuarto de baño.
– El teléfono no llega hasta la bañera.
– Está bien. Déjalo. Me quedaré aquí. Apúrate. Métanse a la bañera y acuéstense. Aférrense el uno al otro. Acabará pronto. Será muy ruidoso durante unos minutos, pero todo saldrá bien. Estoy aquí contigo.
Escuché cuando Emma empezó a llorar. Trataba desesperadamente de ser valiente para su pequeño hermano. Su voz se agrietaba mientras intentaba consolarlo.
“Está bien David. Encontraron a mamá. El policía está trayendo a mamá a casa”.
Ese fue el momento en que el tiempo se detuvo. Las palabras de consuelo para su hermano se transformaron en gritos sofocados. Ahora sí podía escuchar la sirena de tornado a través del teléfono. La única forma en que puede describirse el sonido de un tornado es compararlo con el paso de un tren, un tren que cae a toda velocidad desde el cielo.
Las ventanas estallaron. Pude escuchar los portazos mientras el viento soplaba libremente por toda la casa. Escuché ese sonido espantoso de la casa siendo arrancada desde los cimientos.
Jadeé. Las lágrimas inundaron mis ojos mientras me tapaba la boca.
Se escuchó una explosión. Cristales rotos, el chasquido de las vigas de madera, el desplome de los muebles; eran los sonidos de un hogar desintegrándose. La escuché gritándole a su madre por última vez antes de que la línea se cortara.
Los paramédicos dijeron que murieron casi de forma instantánea. Como dije antes, he aprendido a “apagar” los sentimientos y emociones que vienen con este trabajo, pero Emma y su hermano tocaron una fibra sensible en mí. Sí, fue desgarrador que murieran, pero lo peor es que murieron solos. Murieron solos y llenos de terror, gritándole a una madre ausente. La encontramos más tarde esa noche, totalmente ebria en el estacionamiento de un bar.
Fui a visitar sus tumbas unos meses después. No tenían lápidas, solo una pequeña placa de metal con sus nombres. Su madre se quedó todo el dinero que habían donado para sus lápidas.
Pobres niños.
Volví al trabajo esa noche, lista para una nueva ronda de llamadas de emergencia. Sabía lo que se esperaba de mí. Sabía que esta “vida” en el trabajo debía ser independiente de mi vida real. Tenía que alejarme a mí misma de la oscuridad.
Estaba tranquilo. Dos llamadas de violencia doméstica y un robo. Pude sentir como el cambio podía suceder tan rápido.
11:27 p.m.
– Despachador. Habla Tarah. ¿Cuál es su emergencia?
– ¿Podría decirle a mamá que debe regresar a casa ahora?
Me senté allí… confundida. Era su voz. Se me hizo un nudo en la garganta.
– ¿Emma?
– Debe volver a casa ahora. David está llorando.
– ¿Emma? ¿Tú nombre es Emma?
– Mamá no vendrá a casa esta noche, ¿verdad?
Su voz parecía derrotada.
Los sonidos de un tornado inundaron el teléfono de nuevo. Los gritos de Emma y David se escuchaban a la distancia, debilitados por el ruido y la fuerza del viento que se abalanzaba sobre ellos. Todo sucedió de la misma forma que hacía unos meses. La línea se cortó. Revisé mi monitor. Era el número telefónico de Emma, y la dirección de Emma. Pero en ese lugar no había quedado nada. Ella había muerto. Debí imaginarlo. Era una broma. Me quedé pensando durante un minuto en mi escritorio. Recorrí un millón de posibilidades diferentes, pero en el fondo sabía la verdad.
Fue ella.
Me llamó seis veces más desde esa noche. Cada vez intento algo diferente, creyendo que de alguna forma puedo cambiar el pasado, que quizá puedo evitar que mueran. Quizá esta ocasión mamá llegue a casa a tiempo. Quizá esta vez logren sobrevivir.
Siempre termina igual. Nunca seré capaz de salvarlos.
Hay tantas cosas raras, tantas cosas extrañas que he conocido durante mi tiempo como despachadora, pero Emma ha sido la más profunda. No hay forma de explicar cómo es que sigue llamándome desde el más allá, pero aún estoy aquí para ella, cada vez que llama.
Quizá me tome algún tiempo escribir algunas de las experiencias por las que he pasado aquí. Después de seis años de trabajo como despachadora he atestiguado muchas cosas inexplicables.
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