La siguiente historia es un recuento de algo que me sucedió cuando tenía aproximadamente siete años. Mientras crecía y comprendía cosas, me di cuenta que era imposible aquello hubiera sucedido en realidad, pese a que no puedo desechar la sensación de que así fue.
Aconteció en Tokio, en una estación de Metro. Estaba parado al lado de mi padre cuando vi a aquel demonio, un ser peludo monstruosamente alto con alas cubiertas de piel negra y un hocico parecido al de un oso hormiguero. Probablemente lo estaba viendo desde hacía diez minutos hasta que finalmente habló, un murmullo suave que iba dirigido exclusivamente a sus oídos.
“Este humano empieza a aterrarme”, dijo. “Parece que está mirándome directamente”.
“Te estoy viendo justo a ti”, le dije.
El demonio dio un pequeño salto por la sorpresa. “¿Puedes verme?”, preguntó.
“Sí. ¿No pueden verte los demás?”.
“No, a menos que estén en la quinta dimensión”.
“¿Me encuentro en la quinta dimensión?”, le pregunté.
“Tu mente debe haber caído hasta acá por error. ¿En qué estabas pensando antes de verme?”.
Me quedé pensando por un momento, y luego sonreí.
“Trenes”.
“Oh, los trenes son el vínculo entre nuestras dimensiones. Creo que tu mente sólo vino a deambular por aquí. Eso o te estás volviendo loco”.
“Espero no volverme loco”, le dije.
“Estar loco es algo conveniente en la quinta dimensión”, me respondió el demonio.
Solté una carcajada.
“¿Tienen líneas de Metro en la quinta dimensión?”, le pregunté.
“Por supuesto”, me dijo. “¿De qué otra forma llegaríamos al trabajo?”.
“Tienes alas”, le dije.
“Sí, ¿pero quién quiere volar? Tomar el tren es mucho más rápido, y si vuelo al trabajo termino todo sudado cuando llegó allá”.
“¿Entonces, para qué te sirven las alas?”, pregunté.
“Las pongo sobre mi cabeza cuando empieza a llover”.
“¿Puedo ver?”, le dije.
“Claro”, el demonio respondió. Mi cabello voló mientras desplegaba aquellas enormes alas sobre su cabeza.
Me volví a reír.
“Eres divertido”, le dije.
El demonio también rio, pero su expresión cambió rápidamente.
“¿Estás bien?”, le pregunté. “Te ves triste”.
“Sí, sí”, el demonio respondió, mirando algo que sucedía atrás de mí. “¿Quieres ver un truco de magia?”.
“A ver”,
El demonio alcanzó y sacó un enorme pañuelo arcoíris del hocico. Debió sacar unos 6 metros antes que finalmente se terminara.
“Eso es divertido”, le dije mientras reía, pero me detuve cuando noté que ya no estaba sosteniendo la mano de mi padre.
Miré alrededor y vi que la estación de metro había desaparecido, sustituida por verdes prados que parecían fluir repletos de trenes antiguos.
“Ya no puedo ver la estación del Metro”, dije.
“No te preocupes”, dijo el demonio. “En ocasiones es mejor ver lo que no es real en lugar de la realidad”.
“¿Qué quieres decir?”.
“A veces, cuando estoy aburrido o triste, mi mente se desliza a la tercera dimensión, y puedo ver a personas como tú”.
“Eso es divertido”, reí. “¿También puedes ir a las otras dimensiones?”, le pregunté.
Pero el demonio no respondió, estaba mirando hacia arriba.
“Está empezando a llover”, exclamó mientras desplegaba las alas sobre su cabeza.
Unas tibias gotas de lluvia cayeron sobre mi rostro.
“¿Puedo meterme bajo las alas contigo?”, le pregunté.
“No por ahora”, respondió. “Debes ir a casa”.
El mundo empezó a brillar y fluir en diferentes tonos de pintura gris y oro, girando más y más rápido en círculos. Empecé a sentirme un poco enfermo y cerré los ojos. El mundo dejó de dar vueltas, pero aquellas gotas de lluvia tibia aún estaban sobre mi rostro.
Abrí los ojos y vi a mamá llorando encima de mí, pero no vi a papá.
“¿Dónde está papá?”, le pregunté. “¿Él me trajo a casa?”.
“Sí, cariño”, respondió mamá, aunque evitó mirarme a los ojos. “Te trajo a casa y después se fue”.
“Oh”, le respondí. “¿Cuándo va a regresar?”.
“No lo sé”, dijo mi madre.
Mi padre jamás regreso, y pasaron años antes que supiera la verdad: se suicidó aquel día. Esa mañana escribió una nota a mi madre explicándole que pretendía llevarme a dar un paseo y saltar frente a un tren conmigo. Mi madre encontró la nota cuando regresó a casa del trabajo y llamó a la policía, pero era demasiado tarde para detener a mi padre. Los testigos dijeron que justo antes de que saltara, me solté de su mano y corrí, desmayándome poco después. Pero uno de esos testigos, un niño de mi edad, dijo haber observado algo que tomaba mi mano y me alejaba del tren.
Lo describió como un ser peludo monstruosamente alto, con unas alas cubiertas de piel negra y un hocico parecido al de un oso hormiguero.
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